miércoles, 26 de diciembre de 2012

Crítica

En todo proceso creativo hay momentos duros y suelen venir asociados a aquéllos en que recibes comentarios críticos con tu obra.

Hoy ha sido uno de ellos. Me enfrentaba al cuarto lector, y no hablábamos de cualquier persona, sino de la mujer que me ha seguido desde el inicio de mis escarceos literarios. Su opinión, si no transcendente, sí era importante para mí.

No le ha gustado la novela. Precisándolo más, en ningún momento me ha dicho que no le haya gustado, sino que esperaba otra historia dentro de mi evolución como escritor. Me vino a decir que este 'Huyendo de mí' ya le sabe a otra de mis novelas: 'Rosa.0'

Entendiendo, que no compartiendo sus criterios, la dejé explicarse. Mariángeles me viene a decir que con 'No te supe perder' consiguió olvidarse totalmente de mí, no me veía en ningún momento al atravesar ese drama coral que tantas satisfacciones me ha dado. En cambio aquí nota un retroceso, vuelve a aparecer su amigo Salva entre líneas, sus obsesiones y su forma de pensar. Buscaba sorprenderse y no lo ha conseguido.

Critica también el hecho de que se utilice 'facebook' como una herramienta más de narración. No le parece 'poético', aún reconociendo que es una realidad actual de comunicación y que mis novelas siempre tratan de reflejar el mundo que vivimos.

Ella quiere más profundidad en mi literatura y le da miedo que viaje a extremos lejanos a sus preferencias.

Yo le acepté con una sonrisa sincera sus críticas, a pesar del dolor (ya previsto por pistas que me fue dando). Le vine a decir que venía con el espíritu presto a escucharle y que, aún no esperando esas referencias a 'Rosa.0', más o menos podía intuir por dónde vendrían sus comentarios.

Sigo creyendo en mi historia, sé que hay una buena novela tras esas páginas, pero los comentarios de Mariángeles me sirven para situarla en el contexto de mi trayectoria.

Quise hacer una novela menos 'tremenda', más ágil y de estructura menos compleja.

El resultado es 'Huyendo de mí' y a mi querida Mariángeles no le gusta.


lunes, 17 de diciembre de 2012

Título

Hace años comencé a escribir mi última historia de ficción, hace pocos meses la finalicé.

Quiero ir con calma, hacerlo todo bien para llegar a redondear una obra honesta, emotiva y divertida, fácil de leer pero compleja, actual aún tratando conflictos humanos que pudiesen ser entendidos en cualquier época y lugar.

Imaginé hasta dónde podía llegar el amor, el real entre amantes ya disfrutado durante años, sincero pero barnizado por innumerables actores externos que lo pulen, lo retuercen, dimensionándolo con otras formas distintas a las originales.

Quería analizar, a partir de una pareja inventada, cómo actuaría uno de ellos cuando la otra persona le abriera de par en par las puertas a otros amores de juventud.

Creada la trama mis personajes se rebelaron, ningún humano -me decían con sus reacciones- es capaz de tanta generosidad, nadie ama tanto como para entregar a otra persona el objeto de su deseo por buscarle la felicidad total, aún sintiendo que no tenga la energía suficiente para mantener encendida con la misma potencia la llama de su relación.

Surgieron dudas en aquella persona que ofrecía, surgieron dudas en aquél a quien le presentaban otros caminos y, como siempre ocurre, se cruzaron otros motivos, circunstancias imprevistas, informaciones que uno no conoce del otro hasta que no lo pone a prueba. El antiguo amor de juventud ya no era el mismo ser humano, ni podía hacerse cómplice de una estrategia sin conocerla.

A quien diseñó la estrategia se le escapó que la vida siempre puede ofrecer sorpresas más grandes de las intuidas y una muerte amiga vino a sacudir todos los resortes inimaginados cuando se veía sólo la propia realidad de una estrategia construida, a pesar de las buenas intenciones, de manera artificial.



Creemos en el control de nuestros actos, pero la bola del mundo rueda mucho más firme y mis personajes, aturdidos, se dejaban guiar por el temor a haber perdido una estabilidad que nunca deja de ser una quimera.

El círculo no podía cerrarse, porque las historias humanas no son circulares ni tienen sentido completo en sí.

Alguien abre la puerta por amor y no sabe hasta qué punto uno es pequeño cuando pierde las coordenadas del ser amado.

Y el ser amado, empujado a ponerse a prueba sin saberlo, soltado de los hilos que le unen a su relación afectiva de siempre, comienza a huir hacia adelante queriendo encontrar el camino de vuelta hacia un tiempo anterior del que no sabe cómo ha salido.

Dos seres humanos, repletos de buenas intenciones, se perdían en dos dinámicas perversas confundidos por el creer conocer al otro.

La historia estaba escrita.

Tocaba el momento de colocarle un título y registrarla. Hoy ha sido ese día y el título no podía ser otro, tanto para la que organiza la estrategia como para el que participa en ella sin saberlo:

Huyendo de mí.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Disciplina

La disciplina es inherente a la calidad siempre que no seas un genio, y genios hay pocos.

Sin embargo, creatividad y disciplina se venden a veces como conceptos reñidos entre sí, quizás para justificar la aparente incoherencia entre la constancia y la emoción, entre el rigor y la creación o la chispa.

He tenido épocas de tertulias literarias en que me juntaba semanalmente con gente que escribía como los ángeles, pero por los que no hubiera apostado nunca por el simple hecho de confirmar su inconstancia.

Crear de la nada es duro. Excitante, sí, pero doloroso. Tener la capacidad para construir historias en tu cabeza que consigan provocar emociones en el otro, del tipo que sea, es tarea compleja.

Enfrentarse a una novela, con lo que implica de dimensionamiento, estructuración y coherencia es imposible atendiendo simplemente a la virtud de la escritura. Se necesita mucho más que una buena idea o habilidad para hilvanar frases exquisitas que definan situaciones o emociones difíciles de transmitir.

El acto de enfrentarse a espacios en blanco por rellenar puede ser frustrante si se entiende la disciplina como un avance continuo y diario, de siete a diez, con el único cometido de cuantificar el número de líneas escritas.

La disciplina debe conllevar, en muchas ocasiones, sentarse en un sofá a sentir por tu protagonista, leer libros que tengan que ver con el tema que quieres tratar, elaborar esquemas para no caer en contradicciones, revisar lo ya escrito con los ojos de alguien conocido que no seas tú, recortar tarjetas y pegarlas en un corcho para tener una visión global, hablar de los conflictos que quieres tratar con gente que te pueda aportar otros puntos de vista.

La creatividad no está reñida con la disciplina pero sí lo está con la imposición de la rutina de querer avanzar a toda costa sin trabajar el camino, sin pararse a mirar el horizonte ni frenarse a mirar hacia aquello que dejamos atrás, sentarse en una piedra a reflexionar lo andado y tomar fuerzas para continuar la ruta, que seguro espera con obstáculos, bifurcaciones y paisajes no previstos, pero que enriquecerán el recorrido hacia una meta que no siempre es la que fijaste.

Ser constante es necesario para construir algo grande.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Contemporáneo

Me resulta difícil distinguir entre coetáneo y contemporáneo, aunque sí tengo una idea clara, no siempre compartida por mis colegas de la escritura: soy un defensor de narrar lo contemporáneo.

Siendo consciente de las inmensas novelas históricas escritas desde tiempos futuros, no puedo olvidar Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari, estoy convencido de la labor -secundaria sí, pero importante- del narrador de ficción como reportero de su propia época, entornos y circunstancias.

No hay mayor placer que leer la Carol de Patricia Highsmith para entender el glamour de los Estados Unidos que olvidaban la posguerra, o a Jack Kerouac para comprender los deseos de libertad de ese mismo país una década después, o a Philip Roth para adentrarse en la América de finales del siglo XX, con toda la carga de desasosiego que implicaba la sociedad del bienestar que no sabe hacia dónde camina.

Igual ocurre con la Francia marginal del siglo XIX en las páginas de Zola, o la Argelia colonial de Camus, la Inglaterra en blanco y negro de Doris Lessing, la Barcelona austera de Laforet o la Sevilla luminosa y provinciana de Cernuda.

El escritor se debe, en cierta forma, a su tiempo; jugando a esa carta nos ofrece a través de su literatura un relato implacable de lo que mejor conoce: lo vivido.

La novela que habla de lo coetáneo es doblemente provocadora: por la tragedia o conflicto universal que nos plantee y por la capacidad para hacernos sumergir con credibilidad diáfana en marcos concretos de espacio y tiempo, imposibles de conocer de otro modo.

Es, tal vez por eso, que escribo de la Sevilla que vivo y de mi generación.

viernes, 26 de octubre de 2012

Reposo

Una buena historia necesita de un período de reposo antes de que vea la luz. Se debe desconectar de ella por completo, quitarte de la cabeza los nombres, lugares y conflictos, tratando de evitar hablar de ella ni buscarle defectos o virtudes con ansiedad.

Es la receta en la que creo y la que aplico a mis novelas.

La falta de memoria en mí facilita la tarea. Tanto es así que, cuando el próximo 1 de noviembre tome la historia para merendármela en el puente festivo que se avecina, seguro que acabo por sorprenderme con alguna de las escenas o de emocionarme con alguno de los diálogos.

Es el momento de sacar la tijera y recortar todo lo superfluo, como una pieza de aluminio sacada de la fundición, ya fría. Hay que arrancar los restos de rebaba metálica que afean, distraen y pueden producir algún corte en quien la manipula.



Ya está entregada a un par de premios, la suerte está echada, y habrá que ir preparando nuevos ejemplares para otros que se acercan. Pronto registraré la historia y el nombre, tendré la portada y la revisión definitiva. Es entonces cuando comenzaré a preparar el dossier con el que comenzar a comercializar la novela a editores y agentes literarios.

Siempre que termino una novela me preguntan, ¿cuándo la presentas?, cuando en el fondo ese final no es más que el principio de una larga travesía. La pregunta más acertada sería: ¿la publicarán?

martes, 16 de octubre de 2012

Imagen

Conforme he ido avanzando en el mundo de la literatura he sabido comprender lo importante que es acompañar una buena historia de todo aquello que la complemente para hacerla atractiva a ojos del lector.

Creo en las historias que escribo y me gusta compartirlas.

En estos tiempos que corren donde todo se consume deprisa, en que la oferta supera enormemente a la demanda y las tentaciones, especialmente las digitales, van guiñándote el ojo mires hacia donde mires es importante buscar el propio camino para que tu guiño de ojos sea más excitante que el de otros, captando la atención aunque sea lo que dura un flash fotográfico para que un futuro lector anónimo acabe pasando de potencial a real.

Con esta novela que me traigo entre manos y aún no ha visto la luz quiero trabajar todas las posibilidades, fundamentalmente por dos razones: creo en lo que hago y me resulta divertido el reto.

¿Cómo captar la atención con un libro?

El primer impacto lo produce la portada, la cubierta.

La película en que pronto se convertirá No te supe perder, mi anterior novela, me sirvió para conocer gente interesante, creativa, rompedora. Una de estas personas es Jose Ponce de León, diseñador del logo de la peli y constante fuente de inspiración para todos los que trabajamos, ¡aún!, en ese proyecto que algún día, espero que cercano, se hará realidad: Llevar una de mis novelas a la gran pantalla.



Desde hacía mucho tiempo, cuando aún la historia estaba en pleno proceso de construcción, pensé en él para solicitarle y ofrecerle al mismo tiempo el diseño total de la imagen de la novela. Confío plenamente en él.

Su respuesta fue un sí rotundo e inmediato, para mi felicidad.

El pasado miércoles quedé con él para tomar unas cervezas y entregarle el manuscrito. Lo recibió con tanta pasión que me emocioné aún más.

No sólo eso, conforme me explicaba la técnica que iba a aplicar más me convencía del acierto de mi elección.

Jose leerá varias veces la novela y dibujará un boceto a cada cierre del capítulo final, de modo que irá estableciendo todo un proceso manual de pintura antes de proceder a su paso a digital. Conociendo su habilidad para crear, lo metódico de sus trabajos y la sensibilidad que tiene para captar la esencia de las cosas no puedo más que sentirme afortunado de haber encontrado gente así por mi camino que quieran ayudarme en este alucinante recorrido por el mundo de la creación.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Revisiones

Han sido dos personas muy cercanas quienes me han dado ya la primera opinión de la historia.

Las condiciones del juego eran claras: tenían que olvidarse de mí, penetrar con objetividad en la novela y transmitirme sus emociones.

No quería que se centrasen en cuestiones gramaticales u ortográficas que les distrajesen de aquello que yo necesitaba de ellos, que no era otro que oír el relato de sus bocas para saber hasta qué punto la han sentido, cómo han recibido cada personaje, con qué lo identifican, cuál es para ellos el principal conflicto de la trama y, a fin de cuentas, qué piensan que yo he querido contar.

El ejercicio es tan interesante que incluso he llegado a cambiar el nombre de uno de los personajes, Sara:

-Si cierro los ojos y pienso en una mujer así, me salta el nombre de Pilar -me decía Fran.

Es cierto, cuando tienes la posibilidad de construir tu universo de ficción hasta los nombres son importantes, porque hay un cierto acervo en nuestro mundo personal que nos hace identificarlos con edades, formas de ser y situaciones familiares.

Conforme lo iban leyendo cada uno tenía un temor diferente. Uno, que el cierre fuera demasiado rígido. Otro, Santi, que fuese demasiado abierto.

Una muestra de dos que sirve para confirmar lo compleja que es la literatura, los proyectos en general. Dar satisfacción, por tanto, al lector es complicado por lo que la mejor opción es buscar la satisfacción personal. Es más, conforme iban leyendo la historia aún no tenía decidido el final. Afortunadamente cada uno tiraba de un extremo de la cuerda, lo que me ayudó a mantenerme en mis trece.

A Santi le sorprenden determinadas escenas que, reflexionándolas, no tenía claro explicar por qué las situé ahí. El hecho de que me interrogara acerca de ellas me ha forzado a encontrar una respuestas que me satisfacen.

El otro día vi una película lenta y fascinante de Sofía Coppola, como todas las suyas que he podido ver, Somewhere. En un momento del film, el protagonista contrata a dos prostitutas gemelas para que le monten un show en su habitación de hotel. Mientras ellas bailan, él se queda dormido. Y la historia continúa.



No era necesario en la trama, pero reflejaba mejor que ninguna conversación el hastío emocional de un actor de éxito forrado de dinero que no sabe qué hacer con su vida para darle satisfacción.

De ese tipo de momentos me gusta surtir, con mesura, mis novelas. Gracias a las preguntas de Santi comienzo a comprender por qué.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Premios

Mañana enviaré por correo los tres primeros ejemplares de mi recién terminada novela al XVII Premio de Novela 'Vargas Llosa'. A la vista tengo otros premios y un listado de editoriales.

El momento de empaquetar tu primer manuscrito para lanzarlo a la aventura de un concurso literario es ilusionante, a pesar de que sabes que compites con cientos, a veces miles, de novelas que harán al jurado dudar y tomar decisiones siempre necesariamente injustas desde el momento en que se frustran las expectativas de autores con historias de gran calidad.

Considero, sin embargo, que el trance de enviar tus historias a concursos es un hecho limpio, humilde y que te pone a prueba como escritor.



La satisfacción de ganar o ser finalista es tan inmensa que merece la pena el desengaño de las múltiples derrotas anteriores. Ser mencionado en un concurso implica ser reconocido como autor anónimo, sin que influyan otros condicionantes que no sean el de la calidad literaria de tu obra.

Quedar finalista del XIX Premio Internacional de Novela Luis Berenguer supuso para mí, quizás, el tomar definitivamente en serio mi faceta de escritor. No recuerdo emoción instantánea más explosiva que esa llamada desde el Jurado para comunicarme que había traspasado la frontera de los que son seleccionados como elegidos.

Sé que hay corruptelas, intereses creados, contactos previos, presiones sutiles... pero sigo creyendo en la nobleza de estos concursos literarios que realmente buscan novelas que aporten algo, que emocionen y diviertan.

Cuando, meses después de quedar finalista y no ganar con mi No te supe perder, conseguí contactar con uno de los miembros del Jurado en la firma de uno de sus libros, éste me vino a decir que mi novela era demasiado triste para ser comercial.

Afortunadamente, se equivocó. Funcionó muy bien a pesar de la crudeza de la historia que contaba.

Aún así, me influyó mucho esa confesión, justo cuando estaba comenzando a escribir esta novela que hoy empaqueto para lanzarla al espacio agresivo, emotivo y desasosegante de los premios literarios.

Hay que ser paciente y creer en la propia fortaleza. En nada está aquí noviembre, cuando el fallo del jurado se hará público. Para entonces, si no recibo ninguna llamada de felicitación, ya habré puesto suficientes huevos en la cesta (premios, editoriales, agentes literarios...) que me tendrán a la expectativa de alguna alegría.

Lo normal es que no llegue nunca esa llamada, pero si no se intenta seguro que el teléfono nunca sonará.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ajustes

En el momento de cerrar una novela se abren las puertas a un trabajo menos creativo, más doloroso, aunque excitante en cualquier caso, sobre todo cuando para componer esa obra uno ha pasado varios años de su vida.

Para mí se trata de verlo, del mismo modo que tantas otras tareas en las que me involucro, como un juego. Divertido, incluso.

Los primeros capítulos están más perfilados por haberles dado vueltas en varias ocasiones desde que comienzas la historia, en cambio los últimos están aún en carne viva, con múltiples desajustes y mucha pasión, la propia de los instantes en que estás cerrando el círculo. Es por ello que es importante mezclar las dos visiones a la hora de corregir.



Cuando se termina de componer una novela hay que emplearse de forma brutal y sin descanso a ajustarla, corregirla y afinarla de una sola vez.

Es el momento de tener una visión única del conjunto, cuando descubres incoherencias que te hacen subir el pulso o helar la espalda. En cierta forma tus personajes del principio son distintos de los del final, aunque tengan el mismo nombre.

En el caso de esta novela recién terminada, es poco menos de un mes el período de tiempo en el que transcurre, pero la he escrito en tres años. Cuando llegaba al punto final mis protagonistas ya formaban parte de mí, en tanto que al principio estaban mucho más borrosos, sus comportamientos eran más inestables e imprevisibles por lo que toca, en este período de corrección final, dar las pinceladas precisas que delimiten las líneas que definan con precisión esos caracteres de los personajes en sus inicios, cuando los conflictos estaban por venir y ellos apenas se estaban presentando al lector.

Los conozco mejor físicamente, sé cómo hablan, a qué cosas tienen miedo y cuáles son sus manías. Al principio no lo sabía.

En esta ocasión estoy disfrutando especialmente porque he decidido corregir de inicio a fin y de fin a inicio, compaginando el pasado con el futuro.

Mi falta de memoria hace que haya repetido escenas que creía haber escrito sólo una vez, o que me contradiga en las expresiones particulares de cada uno de ellos, lo que hace perder credibilidad al texto aunque estos errores sean accesorios y no toquen el centro de la trama.

Hay que corregir sin benevolencia, con espíritu crítico y sin miedo a borrar. Cada día se va guardando una copia haciendo referencia al día de corrección por si, en algún momento de pánico o lucidez, se quiere volver atrás.

Pablo fue perdiendo rigidez, Leo se fue haciendo menos inocente, Virginia ganó en capacidad de reírse de ella misma y Carmela se transformó en la mujer serena que no conseguí construir en las primeras páginas. 

Ahora, ya desde el principio, todos comienzan a coger su verdadero color, estable, uniforme, coherente para con el lector.

lunes, 27 de agosto de 2012

31 de agosto

Cuando en junio del 2009 terminaba mi anterior novela, No te supe perder, no quise marcarme ningún plazo límite para ponerle el colofón. Tenía decidido enviarla a algún premio literario, pero preferí no informarme acerca de ninguno para no obligarme a terminarla bajo presión.

La prueba de que las reglas en el terreno de la escritura no existen es que en esta ocasión he actuado de forma totalmente contraria. Quizás tenga que ver un aumento de confianza, un mayor dominio de los tiempos o un nivel de autoexigencia diferente.



Desde hace meses tenía bien claro que esta novela, que comencé en el invierno del 2009, la terminaría en el mes de agosto del 2012. Y así va a ser. Tan sólo me quedan cuatro días de trabajo, pero están todas las bases puestas para que a partir de septiembre la tarea que quede por delante sea la de corregir, empaquetar ejemplares para envío a premios literarios y editoriales y la sucesión de lecturas críticas tanto por mi parte como por gente de confianza para afinar al máximo el perfil de los personajes, evitar todo error cronológico y compensar posibles desequilibrios narrativos.



De la misma manera que en el pasado defendía una forma de trabajar, ahora defiendo la contraria y, aún así, pienso que no hay contradicciones. Sigo siendo el mismo contador de historias humilde y amateur que no pretende otra cosa que emocionar con narraciones ficticias en las que trato de destripar el alma humana para, como principal objetivo, entenderme un poco mejor a mí mismo y el mundo en el que vivo.

jueves, 23 de agosto de 2012

Pirámide



El ritmo de construcción de una novela se asemeja, a mi parecer, al de una pirámide del antiguo Egipto.

Las primeras capas de piedra implican un trabajo enorme por la gran cantidad de material a colocar para establecer la base de la construcción. Es un esfuerzo arduo que no luce, tal como ocurre cuando comienzas a plantear la estructura de una historia: se dedica muchísimo tiempo a pensarla, tantearla, imaginar personajes, calibrar conflictos. Es el momento de los grandes movimientos de ficha, donde de un día para otro puedes dar un giro copernicano al meollo mismo del relato y a los objetivos marcados.

Conforme avanzas, las piedras van disminuyendo aunque sean más complicadas de subir. Rellenar un escalón lleva menos tiempo y la altura va creciendo a un ritmo menos desagradecido.


En la etapa que estoy ahora, en cambio, estoy buscando las piedras elegidas que coronen la pirámide. Son éstas las que más van a lucir, las que más sudor me va a llevar remontar hasta lo alto, pero la velocidad con la que avanza es rapidísima. Es una altura de vértigo, en la que cualquier fallo supone un riesgo altísimo pero, al mismo tiempo, no hace falta echar tanto tiempo para hacer progresar la obra. Las grandes decisiones ya están tomadas, las alternativas cada vez escasean más y el final se va imponiendo, a veces incluso contra la voluntad legítima del autor, porque los personajes ya están tan vivos que no se dejan dominar por nadie.


domingo, 19 de agosto de 2012

Virginia

Virginia es sevillana, pero su primer apellido, Leicester, denota origen británico, infancia repleta de visitas extrañas, dominio de las lenguas y un físico delicado para el sol.

Educada para ser independiente, tanto por tradición familiar como por su habilidad para despuntar en clase, su mejor modelo no estuvo entre sus profesores ni tan siquiera en su padre, locuaz, culto y excéntrico, sino en su hermana Aurora, su eterno referente femenino a falta de una madre con carácter, mujer cansada, siempre oculta bajo la sombra de sus frustraciones.

A Virginia le gustaba el fútbol, maquillarse como una señora y devorar las novelas, en inglés, de Louisa May Alcott, de ahí que cuando se cruzó con Leo en la Escuela de Arquitectura, todos sus sueños de niña rebelde y romántica, maleada por la sexualidad a prueba de bomba de su hermana, se vieron proyectados hacia él, con él, inseparable desde entonces.

La inocencia de Leo la subyugó tanto como daño le hizo su rotunda negativa a continuar con un embarazo imprevisto, que a fin y a la postre supuso el final de una aventura a la que consiguió jugar de lleno mientras los dos se hacían con el título universitario.



Para Virginia el futuro se tenía que marcar bien lejos de Sevilla, para lo cual utilizó todas las armas que su familia poseía y hasta entonces no había sabido o querido ver. París le esperaba con su príncipe, Víctor, almacenando el ajuar de oropeles, fastos y vida repleta de poder, diversión, belleza, confundiéndola en su camino por encontrar su potencialidad como mujer hecha a sí misma.

Había, sin embargo, reflejos rotos en los que Virginia no se quería ver, certidumbres que confirmaban que no todo en Víctor era puro, que ella misma necesitaba otros brazos a pesar de su adoración por él.

En la cúspide de sus impecables cuarenta, una llamada desde el hotel Lutèce le sorprendió con el suicidio de Víctor.

El destrozo le llevó a Sevilla, a buscar complicidades en Leo, ya casado y padre pero de idéntica mirada, para redimir sus equivocaciones.

jueves, 9 de agosto de 2012

A, B, C, D...

No hace mucho asistí a la conferencia de una escritora que estaba construyendo su futura novela, hoy publicada. En esa charla explicaba cómo se había documentado, todas las ciudades de Europa que había visitado y todos los detalles de la indumentaria de la época, las tradiciones y las noticias que había ido recopilando.

Cuando me permití preguntarle si antes de todo ese trabajo sabía de qué iba a ir la trama de la novela, ella me respondió que no.

Es una muestra más de que no hay un libro de instrucciones a la hora de elaborar una historia de ficción.

En mi caso, el método es absolutamente opuesto. Debo tener el relato en la cabeza, saber qué conflictos fundamentales se plantean, de qué quiero hablar, antes de entrar en los aspectos formales, considerando como tal los escenarios, épocas y detalles históricos.



Fran, que es la segunda persona que está leyendo el manuscrito, ya me recuerda cómo hace más de tres años yo lo explicaba lo que yo quería contar utilizando las letras del abecedario para enumerar a los personajes:

A está casada con B. Lo quiere tanto y se siente tan incapaz de seguir su ritmo vital, de hacerle feliz en suma, que le prepara un encuentro con C, su gran amor de juventud, sin que ninguno de ellos lo sepa. Sin embargo no cuenta con que C, al encontrar a B, le haga partícipe de un secreto. C acaba de perder a su marido D y le pide ayuda a B para que le ayude a descifrar qué ha pasado, sin contar con que B vaya a encontrarse con el amante de D, al haber refusado la propuesta de C pero haber investigado su pasado. E, amigo íntimo de A, la va teniendo informado al haber compartido mucha vida con D...

Luego vendrán los nombres, los rasgos físicos, las ciudades y los detalles.

Lo importante es que quiero hablar de hasta dónde podemos llegar por amor, incluso a abandonar a la persona amada para proporcionarles una vida mejor.

domingo, 5 de agosto de 2012

El editor

La figura del editor es fundamental si quieres publicar una novela, y es un problema para un escritor cuando esta figura le resulta antipática.

Sí, yo he tenido mala suerte con los editores.

El editor tiene siempre la sartén por el mango, por lo que es importante establecer una relación de cercanía con él. Tienes que hacer lo posible por trabajar en equipo y transmitirle la emoción por el proyecto conjunto que os traéis entre manos.


Dicho esto, el editor es un empresario y su objetivo fundamental, salvo que sea un aristócrata aburrido al que le salga el dinero por las orejas, es ganar dinero. Por ello, para empatizar con él, lo primero que hay que hacerle ver es que tu novela va a resultarle rentable.

Si el editor no ve buenas cifras al principio se corre el riesgo de que deje de invertir en presentaciones, publicidad, actos conjuntos o firmas de libros. No hay otro que el propio novelista para hacerle ver que la novela está viva.

Mi peor experiencia vino de la mano de 'Andrea no está loca', una novela que me ha dado todo tipo de satisfacciones a nivel literario, desde el mismo día de su presentación, y en la que invertí muchas ilusiones: Innumerables presentaciones en diferentes ciudades, actos en institutos, tertulias literarias, bibliotecas públicas.

Detrás, sin embargo, había dos editores impresentables y sinvergüenzas, Macarena Diana y Carlos San Juan, que regentaban 'Editorial C&M', una pseudo-editorial que se dedica a buscar obras en el mercado de escritores que le aseguren un cierto tirón inicial para así poder editar, hacer todas las presentaciones posibles, llevarse el dinero 'fresquito' y desaparecer del mapa, eliminando sus móviles y cambiando de dirección sus oficinas.

Afortunadamente, somos muchos los escritores que no dependemos de la literatura para vivir y que no nos dejaremos abatir por editores miserables que juegan con años de trabajo para obtener un rendimiento que sólo disfrutan ellos, como buitres carroñeros.

Somos creadores de sueños y entre nuestros sueños está el de encontrar un editor honesto, amante de la literatura y empresario eficaz.

Yo sé que lo encontraré.

Condición básica para encontrarlo: ofrecerle un producto irreprochable y un dossier robusto, una historia redonda que no deje dudas acerca de su calidad literaria.

La calidad literaria no implica, sólo, una prosa brillante, sino fluidez, capacidad de hipnotizar, de hacer sentir y de divertir al futuro lector.

El dossier robusto tiene que ver con todo un acompañamiento documental que le haga ver al editor que eres un escritor con las ideas claras, que sabes a qué público te diriges y que tienes armas infalibles para llegar a esos lectores.

Mi trayecto hasta encontrar mi futuro editor, o mi fracaso por no encontrarlo, lo iré compartiendo en este blog.

lunes, 30 de julio de 2012

Otra mirada

Desde mi primera novela, Tres, nunca publicada, hasta la última, No te supe perder, siempre he abusado de mis amistades y conocidos cuando llegaba la fase final del relato.

En esto, como en todo lo referente a la literatura, no hay norma.

Ayer estuve cenando con José Luis Rodríguez del Corral, último ganador del Café Gijón con su demoledor a la vez que exquisito Blues de Trafalgar, y hablaba de su negativa absoluta a compartir nada antes de la entrega al editor.

Yo, en cambio, necesito tener otra mirada para dar por cerrada una novela. Debe ser gente de mi máxima confianza, lo que implica la confianza en sí en lo personal y la certeza de que va a ser honesto, leal y constructivo en el retorno que me dará de su percepción de la historia.

En esta que me traigo entre manos ha sido Santi Moliní, amigo y escritor, quien ha recibido el manuscrito cuando éste estaba suficientemente maduro y tan sólo quedaba un tercio de la historia por contar.

La cerveza que compartimos días después es una de las mejor aprovechadas en todas las fases de este proyecto. Viene de vuelta, como un vendaval, el relato al que tú has dado vida, rebotado hacia ti, contado por otro, interpretado con distinta sensibilidad. Ya no es sólo la corrección de frases, expresiones o ciertas estructuras, sino el mensaje que él ha recibido lo que me interesa.

Me habló de la profusión de personajes al principio, lo que me ha servido para reducir al mínimo los nombres de los primeros capítulos que hacían referencia a aquéllos que no iban a ser determinantes a lo largo de la novela. Me confesó los momentos de clímax que percibió y dónde temió que la novela podría desbordarse, lo que me hizo revisar un capítulo crítico en la llegada de Leo y Pablo a París. Me hizo reflexionar sobre el ritmo dado a la narración cuando ésta acompaña a Virginia, en cuanto a que no perfilaba bien las características de esta sevillana emigrada a Francia y embarcada en una vida de lujos rota de cuajo por la muerte de su marido; ya tengo varios post-its con anotaciones para reforzar la definición de esta mujer como protagonista.

Ahora toca entregárselo a Mariángeles, mi onubense favorita, devoradora de libros, culta, vividora y apasionada amiga y lectora. Con ella la novela está mucho más avanzada, se han incorporado las sugerencias que he visto aplicables venidas de Santi. Vendrán otras cervezas, otro retorno de sensaciones y, de nuevo, la capacidad para recibir las críticas con apertura de miras.

Creer en la perfección de lo escrito es la mejor forma de no progresar.



viernes, 27 de julio de 2012

Cautivar

Cuando se desarrolla una historia hay que ser consciente que no todo puede centrarse en la crónica en sí, sino que hay que calcular bien el cómo se cuenta para captar la atención de aquél a quien quieres conmover, emocionar o entretener con tu relato.

Para lograrlo hay métodos más o menos sutiles, que van desde el anticipo de informaciones que no se terminan de dar nunca de forma completa hasta la profusión de sorpresas o situaciones límite que mantengan en estado de alerta máxima al lector.

Es importante, en cualquier caso, ser honesto con quien se entrega a la lectura de tu novela: no todo vale. Proporcionar más datos de la cuenta, contradictorios, incoherentes o argumentos con pies de barro pueden llevar a que quien te lea llegue al final con el corazón en un puño, pero es casi seguro que no volverá a darte una oportunidad.

Se necesita encontrar el perfecto equilibrio que no adultere la centralidad de la historia y, al mismo tiempo, la aderece con el pique suficiente para hacerla fluida, sorpresiva e hipnótica. De conseguirse o no depende que la obra se convierta en una joya o derive en algo mediocre, independientemente de la fuerza de lo que allí se cuente.



En esta novela que estoy construyendo, una de mis armas para tratar de conseguir esa complicidad de quien me lea va a consistir en cambiar el objetivo de la cámara del narrador cada cierto tiempo y de forma imprevisible. Es decir, haré que quien narra la historia acompañe a uno de los protagonistas del amanecer a la noche, sin abandonarlo, hasta que se cruce otro por su camino y deje al anterior leyendo a Murakami en la bañera, montado en una moto espiando a otro de los protagonistas o borracha, en este caso Virginia, en una discoteca de los Campos Elíseos parisinos. Ese efecto pretende producir el desasosiego de abandonar a quien hasta entonces era nuestro héroe y el morbo, en paralelo, de comenzar a ver sus miserias, y sus atractivos, desde otros ojos, que a partir de entonces se vuelven centrales.

Otro de los trucos para dar fluidez a la historia es el 'non stop'. La novela comienza un lunes por la noche y no hay ninguna pausa o elipsis que provoque despistes temporales. Sin flashbacks ni flashforwards, recursos perfectamente válidos y de los que me serví en abundancia en novelas anteriores. Lo que hay es lo que se ve, lo que pasa es lo que ocurre en el momento presente, sin artificios. Es una apuesta arriesgada por no salir de la línea, pero hace ganar en credibilidad.

Y una tercera argucia es el dar información aparentemente intranscendente a lo largo de todo el desarrollo, ya desde el mismo inicio, como migas de pan que marquen todo el recorrido, con el objeto de ir retornando a ellas conforme la historia avance para dar cuenta de su importancia, de forma que el lector comience a entender pronto que no hay apunte vano y que la atención al texto debe ser total:

Con la perspectiva certera de ambiente cargado que daban las grandes cristaleras, Leo entreabrió con desgana la puerta de la Galería, sin contemplar siquiera la posibilidad de que su mujer no estuviese realmente enferma

martes, 24 de julio de 2012

Cien preguntas

Cuando quieres hacer creíble un personaje en una novela, primero debes creértelo tú, conocerlo de primera mano, sus manías, su historial, sus miedos, su familia, las rutinas, los desengaños, sus miserias, las perversiones con las que sueña, cuándo tuvo su primer sexo, qué le gusta de los demás, cómo de feliz fue de pequeño, cuánto le costó estudiar...

El autor debe conocer mucho más de aquello necesario para construir al personaje, para poder darle vida sin levantar sospechas, entre otras cosas porque cada lector hace de detective involuntario en busca de contradicciones o medias verdades y cuando las encuentra, ¡zas!, la veracidad del relato se viene abajo.

Recuerdo que fue hace unos diez años cuando me gasté un dinero en comprar un fichero por internet con cien preguntas a hacerle a un personaje para retratarlo. A día de hoy me ahorraría el dinero y construiría yo ese cuestionario, pero aún así creo que no hice mal negocio.

Desde hace ya dos novelas, 'No te supe perder' y ésta que me traigo entre manos, utilicé este archivo en Excel como guía. Someto al interrogatorio a los personajes protagonistas y a ésos que considero indispensables; de forma pausada, eso sí, y alargada en el tiempo. No es necesaria una disciplina prusiana, sino de vez en cuando abrir el archivo; unas veces para completarlo, otras para releer las respuestas.



Y hay preguntas complejas, difíciles de responder, desagradables. Escribir, dejando de lado la parte creativa, las satisfacciones que produce y lo que te hace crecer como persona, es duro, te obliga a hacer frente a situaciones incómodas y a preguntas que no siempre quieres plantearte.



En todo caso, no hay que olvidar que este tipo de herramientas son eso, útiles de trabajo que deben ayudarnos a guiarnos en la construcción de nuestro proyecto. Hay que servirse de ellas y no ser esclavos de su perfección, porque una vez que estén suficiente maduras en la cabeza del autor las profundidades de los personajes que habitan su novela, se pueden soltar amarras con los recursos que se utilizaron para llegar a ello.

domingo, 22 de julio de 2012

Escenarios

Soy de los que piensan, asumiendo que me horroriza el pensamiento único, que las mejores novelas surgen de escenarios y tiempos conocidos por los autores.

Es un placer poder recorrer los lugares y acontecimientos de la Rusia del XIX con Dostoievski, o la Argelia de mediados del siglo XX de Camus, los Estados Unidos de los sesenta de Patricia Highsmith, la Sevilla canalla de la época del descubrimiento con Cervantes, el Tokio cosmopolita actual de la mano de Murakami. Es lo mejor que pueden contar, porque ellos vivieron los lugares y fueron protagonistas de esos momentos que nos narran a partir de ficciones impactantes recreadas en la salsa de la realidad vivida que nos transmiten como cronistas de entonces, articulistas de sitios que ya no volverán.

Hay excepciones enormes: recorrer el antiguo Egipto de la mano del finlandés Mika Waltari, o viajar a tiempos futuros como el 1984 imaginado por Orwell son delicias que te hacen olvidar dónde estaba el autor ni qué tiempos vivió.



Soy, por tanto, partidario de trasladar la ficción a sitios y lugares vividos para, con la consistencia de la información que da lo conocido, poder centrar la historia en lo verdaderamente importante: su carácter universal.

La esencia de una novela debe ser, a mi entender, el conflicto que ella plantea, la tragedia, drama o comedia que le da vida. El espacio y el tiempo, si la historia es buena, deben quedar en un plano secundario. Eso sí, si la novela es fuerte y consigue arrancar tu atención, te emociona y te sabe conducir hacia su final con tu complicidad, entonces esos escenarios y vivencias se harán tuyos e integrarás ciudades o momentos históricos en tu propia biografía personal.

Los escenarios son, por tanto, secundarios; al mismo tiempo, sin embargo, son trascendentales para dar credibilidad a la historia. No son esenciales para construir una historia pero sí pueden quitarle fuerza si están mal utilizados.

De ahí que yo siempre recurra a Sevilla y al tiempo actual, porque no conozco tiempo y lugar en que me desenvuelva de forma más cómoda, quitando distracciones innecesarias a todo lo que supone dedicarme a narrar la centralidad de historias humanas llevadas al límite.



Mis personajes viajan por Sevilla, Cádiz, Madrid, París, Barcelona, Nueva York, Huelva, Toulouse... por ciudades que conozco y que me hacen sentirme cómodo paseándolas en mi cabeza.

En esta historia que me traigo entre manos, de nuevo estaré en Sevilla, pero compartiré muchas horas de viaje con el lector por París y Bruselas, dos ciudades que me están dando mucho juego para despistar a los protagonistas, colocándolos en situaciones vulnerables lejos del calorcito del Sur.

Admiro la capacidad de muchos autores por documentarse, ¡verbo tan utilizado en estos casos!, para escribir una novela. Yo prefiero dedicar mis energías a profundizar en el alma humana, tal vez porque no tenga capacidad, tiempo ni ganas de tener que empaparme la vestimenta del Bangkok del siglo XII para contar una historia que bien podría ocurrir en mi barrio en estos días.

Una buena novela tiene que aspirar a ser universal desde su unicidad en el espacio y el tiempo.

viernes, 20 de julio de 2012

Pensar

Cuando me preguntan cuánto tiempo dedico a escribir siempre respondo que dedico mucho más tiempo a pensar que al acto en sí de poner en forma lo trabajado en mi mente.

Al edificar una novela es fundamental tener la cabeza bien amueblada acerca del universo que quieres crear, aprendiendo a vivir durante meses, o años en mi caso, con el mundo paralelo de personajes creado para ser vivido por otros.

Bien es cierto que el hecho de la escritura necesita de rituales específicos que suelen llevar a manías, lugares, atmósferas que te hagan enfrentar con la mayor valentía la batalla contra el papel en blanco, tan hermosa como dura.



Estos días tengo a Carmela, uno de los cuatro protagonistas, preparándose para lo que ella cree el encuentro con un amor virtual. Llevo toda la semana con ella, dándole vueltas a la cabeza de cómo hacer para que su hija no perciba nada, emocionada por el paso a dar pero asustada por no saber si realmente quiere dar el giro radical a su vida que supondría  admitir que su relación actual está definitivamente muerta.

Escribir ese episodio no me llevará más de un par de horas, pero antes de meterle mano tengo que imaginar todo lo que esa escena implica sin perder la coherencia con toda la historia personal de Carmela, con el ritmo de la novela hasta ahora o con la estructura global del libro.

Ocurre, a menudo, que una vez que le metes mano al lance en sí, éste puede derivar, las circunstancias pueden cambiar mientras las relatas y elementos extraños pueden dar pie a situaciones no previstas por ti, como escritor.

Esa parte imprevisible de la escritura es mágica, cuando lo previsible y programado se deshace para convertirse en otra cosa; y suele ocurrir más cuanto más trabajados están los personajes en tu mente, como si al ser tan 'carnales' tuviesen vida propia y se rebelaran contra el futuro al que tú, su creador, les condenaste.

miércoles, 18 de julio de 2012

El detalle

Como bien decía John Irving en su magnífica 'Una mujer difícil', la clave de una buena novela está en la gestión del detalle.

No es lo mismo decir que el protagonista visitó un bar, que decir en qué bar está, ni explicar que tenía una oficina en el centro, sino a qué se dedicaba concretamente ese negocio, ni que su madre tenía una enfermedad, sino contar de qué padecía su madre, ni mostrar que usaba gafas de sol, sino la forma y la marca de las gafas.

El detalle da credibilidad, es un arma infalible para provocar que el espejismo de la ficción se vuelva real en la cabeza de quien lo lee.

Es por todo ello que, desde un principio, quise explicar en mi futura novela el estudio de arquitectura de Leo desde dentro, presentando problemáticas laborales definidas a partir de préstamos concretos, ¡que premonición supuso hacerlo con CajaMadrid!, para un trabajo específico en un palacete inexistente de la ciudad de Dos Hermanas.

Porque el detalle no tiene por qué ser real.

Aún mucha gente me pregunta si sigue existiendo el bar Doncella, que aparecía en mi novela anterior. Era un lugar ficticio, pero era importante que el lector lo identificara rápidamente para recrear, en el mundo paralelo que uno construye en su cabeza, los escenarios precisos.

En esta historia que me traigo entre manos hay direcciones, librerías, canciones, libros, calles y paisajes muy concretos. Existentes e inventados.

No es igual decir 'A Virginia la embadurnó de crema solar' que 'a Virginia la embadurnó de nivea'.



Ahora, además, el escritor tiene ventajas de las que no disfrutaba ni siquiera Irving en la época de su mujer difícil, porque mientras escribimos o transcribimos lo escrito en el ordenador podemos tener una ventana con el google maps abierto, otra con wikipedia, una más con páginas de vinos, haciendo sonar el spotify para introducir canciones que luego 'sonarán' en la novela en momentos singulares de tensión o relax.

El detalle, además, se puede potenciar o matizar con la segunda, tercera o decimoséptima relectura del libro.

Hay veces que recuerdas una ciudad por un graffiti, la casa de un amigo por un sofá o la cara de un compañero de trabajo por una verruga en medio de la nariz.

Igualmente hay detalles que hacen al lector recordar para siempre una novela. El detalle es lo de menos, pero sirve de catalizador para atraparte.

lunes, 16 de julio de 2012

El género

Cuanto más definido está el género de tu novela, más claramente marcado está el público al que se dirige, pero al mismo tiempo menos posibilidades hay de infiltrarse en otro tipo de lectores.

A mí, como en todo, me gusta la mezcla, sin entrar en contradicción con mi búsqueda de un público de referencia.

Evidentemente, los géneros en que suelen encuadrarse mis novelas tienen que ver con mis gustos literarios. Novela negra, urbana, psicológica, social, de intriga.

Entre manos me traigo, por tanto, una historia que se puede definir utilizando todos esos adjetivos, sin despreciar ninguno.

De la novela negra me quedo con Patricia Highsmith, experta en mantener la tensión policial, judicial o asesina durante todo el recorrido de sus novelas cortas; de la urbana tengo como modelos a Paul Auster,  Philip Roth, John Irving. A todos ellos, además, se les puede integrar dentro de lo que se puede definir como novela que juega con la psique de los protagonistas y, en consecuencia, del lector. El género social, sin embargo, lo encuentro más en las grandes novelas españolas de las últimas generaciones: desde Carmen Laforet a Juan Marsé, pasando por Vázquez Montalbán. La intriga, es un compendio de la novela negra sin policías con la psicológica o el terror, con grandes maestros como Katzenbach o Henry James.



Analizando esos géneros y mis autores favoritos también se puede deducir que tengo dos grandes fuentes de inspiración lectora: la literatura americana de finales del siglo XX y la española de posguerra.

El escritor es un producto de sus vivencias y de sus lecturas, difícilmente distinguible en qué proporciones se reparte la receta que van conformando sus historias.

Cuando construyes una novela debes saber qué claves hay para elaborar una buena novela de género, pero nunca te tienes que dejar llevar por la teoría.

La historia que estoy escribiendo tiene componentes que la hacen clasificarse con facilidad en todos estos géneros ya que:

* Se analiza con profundidad a los personajes
* Hay una sensación de desasosiego que te invita a continuar leyendo
* La acción viene dada tanto por los protagonistas como por el entorno urbano inmediato
* Se plantean conflictos sociales sobre los que el lector debe posicionarse

Definir las fronteras del género de una novela sirve más que nada para buscarle un sitio en las estanterías de una librería, aunque la clave para llegar a esas estanterías es que consigas construir una historia redonda, independientemente del género teórico en el que aspires a incluirla.

domingo, 15 de julio de 2012

Narrador

La mejor forma de diseñar un narrador en una novela es hacerlo invisible, que nadie se plantee nada acerca de su existencia.

Salvo que el narrador forme parte de la trama y sea una figura clave, si un lector medio comienza a intrigarse acerca de si se narra en primera o tercera persona, si es omnisciente o qué tipo de lenguaje está utilizando, entonces estamos cometiendo un fallo.

La clave de una buena historia es que nos introduzcamos en ella haciéndonos preguntas y soñando alrededor del mundo que se ha creado para aquél que ha dado la oportunidad a la obra de ser leída.

Preguntarnos con respecto a todo lo accesorio que rodea a la novela, salvo que seamos estudiosos o literatos, implica un defecto de fondo en la construcción de la misma.

Es por ello que la figura del narrador es tan importante trabajarla como imprescindible que no se note.

Cuando comencé a escribir mi novela decidí que el narrador, de forma parecida a mi obra anterior (No te supe perder), nos contara la historia desde la objetividad de la tercera persona y la subjetividad del conocer sólo lo que el protagonista puntual conoce. Porque una de las claves de esta apuesta narrativa será el ir variando de personaje principal de forma sucesiva, imprevisible, en idas y vueltas que permitan al lector escapar por importantes períodos de tiempo del acompañamiento de uno de ellos para irse de viaje con alguno de los otros.

Esta fórmula narrativa es arriesgada porque, de alguna forma sutil, tenía también que cambiar el ritmo, el tono, el lenguaje que acompaña cada fase narrativa, creando universos propios que no se salieran en ningún momento del código penal establecido.

Cuando se juega tan fuerte, es necesario hacer determinados tests con lo escrito al llevar avanzada la faena, con alguien de confianza y lector asiduo de todo tipo de literatura, para tener un retorno de sus sensaciones y comprobar, a base de preguntas tomando un café tranquilo, si en algún momento el narrador ha dejado entrever sus garras.

En esta ficción que estoy creando, hace algún tiempo dejé todo lo escrito a Santi Moliní, amigo y escritor. Pude constatar que, cuando el narrador se iba se paseo con Virginia, él se despistaba. Luego ya tengo una tarea pendiente: reparar la estructura narrativa que rodea a ese personaje.



sábado, 14 de julio de 2012

El lenguaje

Hoy leo un artículo impecable de Antonio Muñoz Molina en El País acerca de Stendhal como precursor de la novela moderna, y retrata a un escritor que mostró que se podía escribir tal como se hablaba.

Hace mucho tiempo leí otra teoría sobre la escritura, esta vez firmada por Bernardo Atxaga, en la que nos hablaba del código penal que cada autor se aplica nada más comenzar la primera página de una obra propia.

Son dos consejos de los que yo me hago partícipe.

Escribir implica posicionarse, todo lo que no sea definirse unas reglas es sinónimo de cobardía literaria y, a la postre, de decepción para el lector.

Haciendo referencia al caso de Stendhal, es importante en mi caso al enfrentar la construcción de una novela el hacerla creíble, fácilmente legible. Al tener claro que quiero utilizar un lenguaje directo, dando importancia al diálogo, sé que renuncio a otras propuestas más teóricamente literarias, barrocas, poéticas, pero al mismo tiempo reivindico un estilo más cercano a la imagen, al fogonazo, al ritmo y la hipnosis lectora.



Hay páginas enteras de libros de Antonio Gala en que no sale de la reflexión más desgarrada acerca de la palabra amor. Se permite parar de cuajo una historia para profundizar en dilemas universales. Es una opción hermosa perfectamente defendible y hay mucho lector dispuesto a sumergirse en ese tipo de literaturas.

En mi caso, opto por adoptar el lenguaje más directo y evito literalizar, por ejemplo, diálogos mundanos. Prefiero llegar a la palabra amor a través de las vivencias de mis personajes, que sean ellos los que te hagan entender el sentido de esa palabra.

Es una decisión, y ahí entronco con el discurso de Atxaga, es el código penal que yo me autoimpongo. Una vez que le das un tono a tu lenguaje ya no puedes salir de él, porque si te sales de ahí se sale contigo el lector y pierde la confianza en ti.


Cuando empecé con este proyecto tuve claro que mi código penal implicaba:

- Diálogos directos
- Narración en tercera persona
- Prosa de frases cortas

La novela podrá ir y venir, dar giros, sorprender, pararse en seco. Pero nunca podrá abandonarse a reglas diferentes de mi código penal.

viernes, 13 de julio de 2012

Métodos

Como en cualquier proyecto de envergadura, en la apasionante tarea de escribir una novela lo importante es el resultado final, poco importa si para construirlo establecemos diez o ningún método de trabajo.

Soy de las personas metódicas que necesitan reglas de trabajo, objetivos y estructuración para lanzarse a atacar un reto de esta importancia.

Cosa bien distinta es perderse en las propias normas de trabajo que tú te des. No hay que olvidar que la única meta es la novela final y que éste sea un producto de calidad que responda a las exigencias que uno se ha impuesto como irrenunciables.

Los métodos estructurados aportan, además, disciplina.

El llevar un seguimiento de lo escrito y por escribir permite tener visibilidad, recompensa en los momentos bajos y te permite trabajar sobre la novela sin que esto siempre suponga el lidiar de forma directa con el papel en blanco, con todo el vértigo que esto supone.

Quien, por tanto, guste del paseo continuo al borde del precipicio quizás desprecie con motivos el aporte que le pueda suponer toda la batería de tácticas de las que yo me doto para conseguir llegar a la meta.



Trabajo fundamentalmente sobre tres soportes:

* El fichero excel de histórico de producción
* El sistema de etiquetado
* El corcho móvil

Poco a poco iremos profundizando en cada uno de ellos.

Al ser argucias muy personales, algunas de ellas no podrán ser adaptadas por escritores que puedan en algún momento leer esto. Sin embargo, pueden servir como ideas para desarrollar algo diferente sustentado en las mismas bases.

Lo importante es retener que el método 'equis' se puede abandonar o retomar en cualquier instante, y será útil desde el momento en que haya servido para construir y progresar.

Sería equivalente al guión de cine para una película. El objetivo es el film en sí. Una vez éste se ha conseguido, el guión puede ir directamente a la papelera.

jueves, 12 de julio de 2012

El tono

Es importante saber qué ambiente crear para que el lector, en cuanto te dé la oportunidad de leerte, sepa en qué mundo se va a meter, con qué códigos.

No se puede pretender contentar a todos, porque ello implicaría una literatura demasiado poco exigente y prostituida. Hay que tener claro hacia quién va dirigida y qué buscarían esos potenciales lectores en tu historia. En función de ello se establecerá un tono intimista, arrebatador, urbanita, duro, frío, más o menos dinámico, provocador o pausado.

La novela por la que me decidí esta vez tenía que construirse a partir de unos esquemas de fluidez, lenguaje directo y una base potente de diálogos que mostrara a los personajes más por lo que hacen y dicen que por lo que el narrador cuenta de ellos.

¿Qué tiene que ver esto con el público en el que yo pienso?

Creo que mucho.

Mi público objetivo es urbano, no es clásico, tiene una edad media y está de vuelta de determinadas ingenuidades que mis historias no pueden, no quieren ofrecer. Pienso en un lector que dé mucha importancia a lo que se cuente, a cómo se profundice en ello, pero sin estar atento a la estructura ni al estilo. Huyo, por tanto, de lenguajes barrocos ni exceso de reflexiones que frenen la lectura.

Quiero provocar emoción más que reflexión en lo instantáneo del hecho en sí de la lectura, teniendo como objetivo final que la historia llegue y acabe impactando en determinadas interioridades de quien se enfrenta a ella. Es decir, busco la reflexión como consecuencia, no como inmediatez.

Decido entonces que esta novela en construcción tenga un lenguaje directo, de frases cortas pero trabajadas, escrito en tercera persona por la obligación que impone el ser una historia coral y para reforzar el tono cinematográfico, urbano y ágil de que procuro impregnarla.


martes, 10 de julio de 2012

Personajes

Hay tantas literaturas como lectores existen, porque cada cual busca la porción exacta de ingredientes con que construiría o imaginaría la historia perfecta.

Uno de esos componentes con los que jugar es el personaje, su importancia en la estructura de la novela. Su peso con respecto a la trama, por ejemplo, define el tipo de literatura a la que nos enfrentamos. Cuanto más se profundiza en el perfilado de ese sujeto y menos en la trama más intimista es la novela; cuando la balanza se posiciona al otro extremo, nos enfrentamos a una novela de acción en que poco importa el cómo esté caracterizado el héroe o el villano.

Yo soy lector y autor de novelas de personajes, lo cual no quiere decir que deje de lado la trama, la estructura literaria, la calidad de la prosa o el tratamiento de las emociones. Al menos intento no flaquear en ninguno de los extremos.

Definir bien al personaje es, a mi entender, esencial para introducir al lector, a un amante de la literatura con letras mayúsculas, en la red de la novela.

Hay que creerse sus circunstancias, vivir sus miedos, ansiar sus proyectos en el caso de que nos identifiquemos con él, o bien odiarlo, temerlo, desearlo o envidiarlo. El personaje tiene que provocar en nosotros un efecto devastador para que nos interese seguir pasando las páginas en busca de su destino.

En esta novela que me traigo entre manos he decidido que hay muchos personajes, pero sólo cuatro esenciales: Leo, Carmela, Pablo y Virginia.

En torno a ellos girará la historia.

Toda novela coral, como es ésta en que he decidido colocar cuatro protagonistas, necesita de un elenco mayor para poder dar juego a los héroes y heroínas.

De ahí que yo clasifique a los personajes en cuatro niveles:

* Protagonistas
* Indispensables
* Secundarios
* Reparto

Poco a poco iré desvelando por qué esa clasificación, quiénes son los que darán vida a estos personajes en mi novela y qué me llevo a tomar esas decisiones.

Os paso un adelanto de la composición de la historia en función de las relaciones entre los personajes: