lunes, 26 de noviembre de 2012

Disciplina

La disciplina es inherente a la calidad siempre que no seas un genio, y genios hay pocos.

Sin embargo, creatividad y disciplina se venden a veces como conceptos reñidos entre sí, quizás para justificar la aparente incoherencia entre la constancia y la emoción, entre el rigor y la creación o la chispa.

He tenido épocas de tertulias literarias en que me juntaba semanalmente con gente que escribía como los ángeles, pero por los que no hubiera apostado nunca por el simple hecho de confirmar su inconstancia.

Crear de la nada es duro. Excitante, sí, pero doloroso. Tener la capacidad para construir historias en tu cabeza que consigan provocar emociones en el otro, del tipo que sea, es tarea compleja.

Enfrentarse a una novela, con lo que implica de dimensionamiento, estructuración y coherencia es imposible atendiendo simplemente a la virtud de la escritura. Se necesita mucho más que una buena idea o habilidad para hilvanar frases exquisitas que definan situaciones o emociones difíciles de transmitir.

El acto de enfrentarse a espacios en blanco por rellenar puede ser frustrante si se entiende la disciplina como un avance continuo y diario, de siete a diez, con el único cometido de cuantificar el número de líneas escritas.

La disciplina debe conllevar, en muchas ocasiones, sentarse en un sofá a sentir por tu protagonista, leer libros que tengan que ver con el tema que quieres tratar, elaborar esquemas para no caer en contradicciones, revisar lo ya escrito con los ojos de alguien conocido que no seas tú, recortar tarjetas y pegarlas en un corcho para tener una visión global, hablar de los conflictos que quieres tratar con gente que te pueda aportar otros puntos de vista.

La creatividad no está reñida con la disciplina pero sí lo está con la imposición de la rutina de querer avanzar a toda costa sin trabajar el camino, sin pararse a mirar el horizonte ni frenarse a mirar hacia aquello que dejamos atrás, sentarse en una piedra a reflexionar lo andado y tomar fuerzas para continuar la ruta, que seguro espera con obstáculos, bifurcaciones y paisajes no previstos, pero que enriquecerán el recorrido hacia una meta que no siempre es la que fijaste.

Ser constante es necesario para construir algo grande.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Contemporáneo

Me resulta difícil distinguir entre coetáneo y contemporáneo, aunque sí tengo una idea clara, no siempre compartida por mis colegas de la escritura: soy un defensor de narrar lo contemporáneo.

Siendo consciente de las inmensas novelas históricas escritas desde tiempos futuros, no puedo olvidar Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari, estoy convencido de la labor -secundaria sí, pero importante- del narrador de ficción como reportero de su propia época, entornos y circunstancias.

No hay mayor placer que leer la Carol de Patricia Highsmith para entender el glamour de los Estados Unidos que olvidaban la posguerra, o a Jack Kerouac para comprender los deseos de libertad de ese mismo país una década después, o a Philip Roth para adentrarse en la América de finales del siglo XX, con toda la carga de desasosiego que implicaba la sociedad del bienestar que no sabe hacia dónde camina.

Igual ocurre con la Francia marginal del siglo XIX en las páginas de Zola, o la Argelia colonial de Camus, la Inglaterra en blanco y negro de Doris Lessing, la Barcelona austera de Laforet o la Sevilla luminosa y provinciana de Cernuda.

El escritor se debe, en cierta forma, a su tiempo; jugando a esa carta nos ofrece a través de su literatura un relato implacable de lo que mejor conoce: lo vivido.

La novela que habla de lo coetáneo es doblemente provocadora: por la tragedia o conflicto universal que nos plantee y por la capacidad para hacernos sumergir con credibilidad diáfana en marcos concretos de espacio y tiempo, imposibles de conocer de otro modo.

Es, tal vez por eso, que escribo de la Sevilla que vivo y de mi generación.