lunes, 30 de julio de 2012

Otra mirada

Desde mi primera novela, Tres, nunca publicada, hasta la última, No te supe perder, siempre he abusado de mis amistades y conocidos cuando llegaba la fase final del relato.

En esto, como en todo lo referente a la literatura, no hay norma.

Ayer estuve cenando con José Luis Rodríguez del Corral, último ganador del Café Gijón con su demoledor a la vez que exquisito Blues de Trafalgar, y hablaba de su negativa absoluta a compartir nada antes de la entrega al editor.

Yo, en cambio, necesito tener otra mirada para dar por cerrada una novela. Debe ser gente de mi máxima confianza, lo que implica la confianza en sí en lo personal y la certeza de que va a ser honesto, leal y constructivo en el retorno que me dará de su percepción de la historia.

En esta que me traigo entre manos ha sido Santi Moliní, amigo y escritor, quien ha recibido el manuscrito cuando éste estaba suficientemente maduro y tan sólo quedaba un tercio de la historia por contar.

La cerveza que compartimos días después es una de las mejor aprovechadas en todas las fases de este proyecto. Viene de vuelta, como un vendaval, el relato al que tú has dado vida, rebotado hacia ti, contado por otro, interpretado con distinta sensibilidad. Ya no es sólo la corrección de frases, expresiones o ciertas estructuras, sino el mensaje que él ha recibido lo que me interesa.

Me habló de la profusión de personajes al principio, lo que me ha servido para reducir al mínimo los nombres de los primeros capítulos que hacían referencia a aquéllos que no iban a ser determinantes a lo largo de la novela. Me confesó los momentos de clímax que percibió y dónde temió que la novela podría desbordarse, lo que me hizo revisar un capítulo crítico en la llegada de Leo y Pablo a París. Me hizo reflexionar sobre el ritmo dado a la narración cuando ésta acompaña a Virginia, en cuanto a que no perfilaba bien las características de esta sevillana emigrada a Francia y embarcada en una vida de lujos rota de cuajo por la muerte de su marido; ya tengo varios post-its con anotaciones para reforzar la definición de esta mujer como protagonista.

Ahora toca entregárselo a Mariángeles, mi onubense favorita, devoradora de libros, culta, vividora y apasionada amiga y lectora. Con ella la novela está mucho más avanzada, se han incorporado las sugerencias que he visto aplicables venidas de Santi. Vendrán otras cervezas, otro retorno de sensaciones y, de nuevo, la capacidad para recibir las críticas con apertura de miras.

Creer en la perfección de lo escrito es la mejor forma de no progresar.



viernes, 27 de julio de 2012

Cautivar

Cuando se desarrolla una historia hay que ser consciente que no todo puede centrarse en la crónica en sí, sino que hay que calcular bien el cómo se cuenta para captar la atención de aquél a quien quieres conmover, emocionar o entretener con tu relato.

Para lograrlo hay métodos más o menos sutiles, que van desde el anticipo de informaciones que no se terminan de dar nunca de forma completa hasta la profusión de sorpresas o situaciones límite que mantengan en estado de alerta máxima al lector.

Es importante, en cualquier caso, ser honesto con quien se entrega a la lectura de tu novela: no todo vale. Proporcionar más datos de la cuenta, contradictorios, incoherentes o argumentos con pies de barro pueden llevar a que quien te lea llegue al final con el corazón en un puño, pero es casi seguro que no volverá a darte una oportunidad.

Se necesita encontrar el perfecto equilibrio que no adultere la centralidad de la historia y, al mismo tiempo, la aderece con el pique suficiente para hacerla fluida, sorpresiva e hipnótica. De conseguirse o no depende que la obra se convierta en una joya o derive en algo mediocre, independientemente de la fuerza de lo que allí se cuente.



En esta novela que estoy construyendo, una de mis armas para tratar de conseguir esa complicidad de quien me lea va a consistir en cambiar el objetivo de la cámara del narrador cada cierto tiempo y de forma imprevisible. Es decir, haré que quien narra la historia acompañe a uno de los protagonistas del amanecer a la noche, sin abandonarlo, hasta que se cruce otro por su camino y deje al anterior leyendo a Murakami en la bañera, montado en una moto espiando a otro de los protagonistas o borracha, en este caso Virginia, en una discoteca de los Campos Elíseos parisinos. Ese efecto pretende producir el desasosiego de abandonar a quien hasta entonces era nuestro héroe y el morbo, en paralelo, de comenzar a ver sus miserias, y sus atractivos, desde otros ojos, que a partir de entonces se vuelven centrales.

Otro de los trucos para dar fluidez a la historia es el 'non stop'. La novela comienza un lunes por la noche y no hay ninguna pausa o elipsis que provoque despistes temporales. Sin flashbacks ni flashforwards, recursos perfectamente válidos y de los que me serví en abundancia en novelas anteriores. Lo que hay es lo que se ve, lo que pasa es lo que ocurre en el momento presente, sin artificios. Es una apuesta arriesgada por no salir de la línea, pero hace ganar en credibilidad.

Y una tercera argucia es el dar información aparentemente intranscendente a lo largo de todo el desarrollo, ya desde el mismo inicio, como migas de pan que marquen todo el recorrido, con el objeto de ir retornando a ellas conforme la historia avance para dar cuenta de su importancia, de forma que el lector comience a entender pronto que no hay apunte vano y que la atención al texto debe ser total:

Con la perspectiva certera de ambiente cargado que daban las grandes cristaleras, Leo entreabrió con desgana la puerta de la Galería, sin contemplar siquiera la posibilidad de que su mujer no estuviese realmente enferma

martes, 24 de julio de 2012

Cien preguntas

Cuando quieres hacer creíble un personaje en una novela, primero debes creértelo tú, conocerlo de primera mano, sus manías, su historial, sus miedos, su familia, las rutinas, los desengaños, sus miserias, las perversiones con las que sueña, cuándo tuvo su primer sexo, qué le gusta de los demás, cómo de feliz fue de pequeño, cuánto le costó estudiar...

El autor debe conocer mucho más de aquello necesario para construir al personaje, para poder darle vida sin levantar sospechas, entre otras cosas porque cada lector hace de detective involuntario en busca de contradicciones o medias verdades y cuando las encuentra, ¡zas!, la veracidad del relato se viene abajo.

Recuerdo que fue hace unos diez años cuando me gasté un dinero en comprar un fichero por internet con cien preguntas a hacerle a un personaje para retratarlo. A día de hoy me ahorraría el dinero y construiría yo ese cuestionario, pero aún así creo que no hice mal negocio.

Desde hace ya dos novelas, 'No te supe perder' y ésta que me traigo entre manos, utilicé este archivo en Excel como guía. Someto al interrogatorio a los personajes protagonistas y a ésos que considero indispensables; de forma pausada, eso sí, y alargada en el tiempo. No es necesaria una disciplina prusiana, sino de vez en cuando abrir el archivo; unas veces para completarlo, otras para releer las respuestas.



Y hay preguntas complejas, difíciles de responder, desagradables. Escribir, dejando de lado la parte creativa, las satisfacciones que produce y lo que te hace crecer como persona, es duro, te obliga a hacer frente a situaciones incómodas y a preguntas que no siempre quieres plantearte.



En todo caso, no hay que olvidar que este tipo de herramientas son eso, útiles de trabajo que deben ayudarnos a guiarnos en la construcción de nuestro proyecto. Hay que servirse de ellas y no ser esclavos de su perfección, porque una vez que estén suficiente maduras en la cabeza del autor las profundidades de los personajes que habitan su novela, se pueden soltar amarras con los recursos que se utilizaron para llegar a ello.

domingo, 22 de julio de 2012

Escenarios

Soy de los que piensan, asumiendo que me horroriza el pensamiento único, que las mejores novelas surgen de escenarios y tiempos conocidos por los autores.

Es un placer poder recorrer los lugares y acontecimientos de la Rusia del XIX con Dostoievski, o la Argelia de mediados del siglo XX de Camus, los Estados Unidos de los sesenta de Patricia Highsmith, la Sevilla canalla de la época del descubrimiento con Cervantes, el Tokio cosmopolita actual de la mano de Murakami. Es lo mejor que pueden contar, porque ellos vivieron los lugares y fueron protagonistas de esos momentos que nos narran a partir de ficciones impactantes recreadas en la salsa de la realidad vivida que nos transmiten como cronistas de entonces, articulistas de sitios que ya no volverán.

Hay excepciones enormes: recorrer el antiguo Egipto de la mano del finlandés Mika Waltari, o viajar a tiempos futuros como el 1984 imaginado por Orwell son delicias que te hacen olvidar dónde estaba el autor ni qué tiempos vivió.



Soy, por tanto, partidario de trasladar la ficción a sitios y lugares vividos para, con la consistencia de la información que da lo conocido, poder centrar la historia en lo verdaderamente importante: su carácter universal.

La esencia de una novela debe ser, a mi entender, el conflicto que ella plantea, la tragedia, drama o comedia que le da vida. El espacio y el tiempo, si la historia es buena, deben quedar en un plano secundario. Eso sí, si la novela es fuerte y consigue arrancar tu atención, te emociona y te sabe conducir hacia su final con tu complicidad, entonces esos escenarios y vivencias se harán tuyos e integrarás ciudades o momentos históricos en tu propia biografía personal.

Los escenarios son, por tanto, secundarios; al mismo tiempo, sin embargo, son trascendentales para dar credibilidad a la historia. No son esenciales para construir una historia pero sí pueden quitarle fuerza si están mal utilizados.

De ahí que yo siempre recurra a Sevilla y al tiempo actual, porque no conozco tiempo y lugar en que me desenvuelva de forma más cómoda, quitando distracciones innecesarias a todo lo que supone dedicarme a narrar la centralidad de historias humanas llevadas al límite.



Mis personajes viajan por Sevilla, Cádiz, Madrid, París, Barcelona, Nueva York, Huelva, Toulouse... por ciudades que conozco y que me hacen sentirme cómodo paseándolas en mi cabeza.

En esta historia que me traigo entre manos, de nuevo estaré en Sevilla, pero compartiré muchas horas de viaje con el lector por París y Bruselas, dos ciudades que me están dando mucho juego para despistar a los protagonistas, colocándolos en situaciones vulnerables lejos del calorcito del Sur.

Admiro la capacidad de muchos autores por documentarse, ¡verbo tan utilizado en estos casos!, para escribir una novela. Yo prefiero dedicar mis energías a profundizar en el alma humana, tal vez porque no tenga capacidad, tiempo ni ganas de tener que empaparme la vestimenta del Bangkok del siglo XII para contar una historia que bien podría ocurrir en mi barrio en estos días.

Una buena novela tiene que aspirar a ser universal desde su unicidad en el espacio y el tiempo.

viernes, 20 de julio de 2012

Pensar

Cuando me preguntan cuánto tiempo dedico a escribir siempre respondo que dedico mucho más tiempo a pensar que al acto en sí de poner en forma lo trabajado en mi mente.

Al edificar una novela es fundamental tener la cabeza bien amueblada acerca del universo que quieres crear, aprendiendo a vivir durante meses, o años en mi caso, con el mundo paralelo de personajes creado para ser vivido por otros.

Bien es cierto que el hecho de la escritura necesita de rituales específicos que suelen llevar a manías, lugares, atmósferas que te hagan enfrentar con la mayor valentía la batalla contra el papel en blanco, tan hermosa como dura.



Estos días tengo a Carmela, uno de los cuatro protagonistas, preparándose para lo que ella cree el encuentro con un amor virtual. Llevo toda la semana con ella, dándole vueltas a la cabeza de cómo hacer para que su hija no perciba nada, emocionada por el paso a dar pero asustada por no saber si realmente quiere dar el giro radical a su vida que supondría  admitir que su relación actual está definitivamente muerta.

Escribir ese episodio no me llevará más de un par de horas, pero antes de meterle mano tengo que imaginar todo lo que esa escena implica sin perder la coherencia con toda la historia personal de Carmela, con el ritmo de la novela hasta ahora o con la estructura global del libro.

Ocurre, a menudo, que una vez que le metes mano al lance en sí, éste puede derivar, las circunstancias pueden cambiar mientras las relatas y elementos extraños pueden dar pie a situaciones no previstas por ti, como escritor.

Esa parte imprevisible de la escritura es mágica, cuando lo previsible y programado se deshace para convertirse en otra cosa; y suele ocurrir más cuanto más trabajados están los personajes en tu mente, como si al ser tan 'carnales' tuviesen vida propia y se rebelaran contra el futuro al que tú, su creador, les condenaste.

miércoles, 18 de julio de 2012

El detalle

Como bien decía John Irving en su magnífica 'Una mujer difícil', la clave de una buena novela está en la gestión del detalle.

No es lo mismo decir que el protagonista visitó un bar, que decir en qué bar está, ni explicar que tenía una oficina en el centro, sino a qué se dedicaba concretamente ese negocio, ni que su madre tenía una enfermedad, sino contar de qué padecía su madre, ni mostrar que usaba gafas de sol, sino la forma y la marca de las gafas.

El detalle da credibilidad, es un arma infalible para provocar que el espejismo de la ficción se vuelva real en la cabeza de quien lo lee.

Es por todo ello que, desde un principio, quise explicar en mi futura novela el estudio de arquitectura de Leo desde dentro, presentando problemáticas laborales definidas a partir de préstamos concretos, ¡que premonición supuso hacerlo con CajaMadrid!, para un trabajo específico en un palacete inexistente de la ciudad de Dos Hermanas.

Porque el detalle no tiene por qué ser real.

Aún mucha gente me pregunta si sigue existiendo el bar Doncella, que aparecía en mi novela anterior. Era un lugar ficticio, pero era importante que el lector lo identificara rápidamente para recrear, en el mundo paralelo que uno construye en su cabeza, los escenarios precisos.

En esta historia que me traigo entre manos hay direcciones, librerías, canciones, libros, calles y paisajes muy concretos. Existentes e inventados.

No es igual decir 'A Virginia la embadurnó de crema solar' que 'a Virginia la embadurnó de nivea'.



Ahora, además, el escritor tiene ventajas de las que no disfrutaba ni siquiera Irving en la época de su mujer difícil, porque mientras escribimos o transcribimos lo escrito en el ordenador podemos tener una ventana con el google maps abierto, otra con wikipedia, una más con páginas de vinos, haciendo sonar el spotify para introducir canciones que luego 'sonarán' en la novela en momentos singulares de tensión o relax.

El detalle, además, se puede potenciar o matizar con la segunda, tercera o decimoséptima relectura del libro.

Hay veces que recuerdas una ciudad por un graffiti, la casa de un amigo por un sofá o la cara de un compañero de trabajo por una verruga en medio de la nariz.

Igualmente hay detalles que hacen al lector recordar para siempre una novela. El detalle es lo de menos, pero sirve de catalizador para atraparte.

lunes, 16 de julio de 2012

El género

Cuanto más definido está el género de tu novela, más claramente marcado está el público al que se dirige, pero al mismo tiempo menos posibilidades hay de infiltrarse en otro tipo de lectores.

A mí, como en todo, me gusta la mezcla, sin entrar en contradicción con mi búsqueda de un público de referencia.

Evidentemente, los géneros en que suelen encuadrarse mis novelas tienen que ver con mis gustos literarios. Novela negra, urbana, psicológica, social, de intriga.

Entre manos me traigo, por tanto, una historia que se puede definir utilizando todos esos adjetivos, sin despreciar ninguno.

De la novela negra me quedo con Patricia Highsmith, experta en mantener la tensión policial, judicial o asesina durante todo el recorrido de sus novelas cortas; de la urbana tengo como modelos a Paul Auster,  Philip Roth, John Irving. A todos ellos, además, se les puede integrar dentro de lo que se puede definir como novela que juega con la psique de los protagonistas y, en consecuencia, del lector. El género social, sin embargo, lo encuentro más en las grandes novelas españolas de las últimas generaciones: desde Carmen Laforet a Juan Marsé, pasando por Vázquez Montalbán. La intriga, es un compendio de la novela negra sin policías con la psicológica o el terror, con grandes maestros como Katzenbach o Henry James.



Analizando esos géneros y mis autores favoritos también se puede deducir que tengo dos grandes fuentes de inspiración lectora: la literatura americana de finales del siglo XX y la española de posguerra.

El escritor es un producto de sus vivencias y de sus lecturas, difícilmente distinguible en qué proporciones se reparte la receta que van conformando sus historias.

Cuando construyes una novela debes saber qué claves hay para elaborar una buena novela de género, pero nunca te tienes que dejar llevar por la teoría.

La historia que estoy escribiendo tiene componentes que la hacen clasificarse con facilidad en todos estos géneros ya que:

* Se analiza con profundidad a los personajes
* Hay una sensación de desasosiego que te invita a continuar leyendo
* La acción viene dada tanto por los protagonistas como por el entorno urbano inmediato
* Se plantean conflictos sociales sobre los que el lector debe posicionarse

Definir las fronteras del género de una novela sirve más que nada para buscarle un sitio en las estanterías de una librería, aunque la clave para llegar a esas estanterías es que consigas construir una historia redonda, independientemente del género teórico en el que aspires a incluirla.

domingo, 15 de julio de 2012

Narrador

La mejor forma de diseñar un narrador en una novela es hacerlo invisible, que nadie se plantee nada acerca de su existencia.

Salvo que el narrador forme parte de la trama y sea una figura clave, si un lector medio comienza a intrigarse acerca de si se narra en primera o tercera persona, si es omnisciente o qué tipo de lenguaje está utilizando, entonces estamos cometiendo un fallo.

La clave de una buena historia es que nos introduzcamos en ella haciéndonos preguntas y soñando alrededor del mundo que se ha creado para aquél que ha dado la oportunidad a la obra de ser leída.

Preguntarnos con respecto a todo lo accesorio que rodea a la novela, salvo que seamos estudiosos o literatos, implica un defecto de fondo en la construcción de la misma.

Es por ello que la figura del narrador es tan importante trabajarla como imprescindible que no se note.

Cuando comencé a escribir mi novela decidí que el narrador, de forma parecida a mi obra anterior (No te supe perder), nos contara la historia desde la objetividad de la tercera persona y la subjetividad del conocer sólo lo que el protagonista puntual conoce. Porque una de las claves de esta apuesta narrativa será el ir variando de personaje principal de forma sucesiva, imprevisible, en idas y vueltas que permitan al lector escapar por importantes períodos de tiempo del acompañamiento de uno de ellos para irse de viaje con alguno de los otros.

Esta fórmula narrativa es arriesgada porque, de alguna forma sutil, tenía también que cambiar el ritmo, el tono, el lenguaje que acompaña cada fase narrativa, creando universos propios que no se salieran en ningún momento del código penal establecido.

Cuando se juega tan fuerte, es necesario hacer determinados tests con lo escrito al llevar avanzada la faena, con alguien de confianza y lector asiduo de todo tipo de literatura, para tener un retorno de sus sensaciones y comprobar, a base de preguntas tomando un café tranquilo, si en algún momento el narrador ha dejado entrever sus garras.

En esta ficción que estoy creando, hace algún tiempo dejé todo lo escrito a Santi Moliní, amigo y escritor. Pude constatar que, cuando el narrador se iba se paseo con Virginia, él se despistaba. Luego ya tengo una tarea pendiente: reparar la estructura narrativa que rodea a ese personaje.



sábado, 14 de julio de 2012

El lenguaje

Hoy leo un artículo impecable de Antonio Muñoz Molina en El País acerca de Stendhal como precursor de la novela moderna, y retrata a un escritor que mostró que se podía escribir tal como se hablaba.

Hace mucho tiempo leí otra teoría sobre la escritura, esta vez firmada por Bernardo Atxaga, en la que nos hablaba del código penal que cada autor se aplica nada más comenzar la primera página de una obra propia.

Son dos consejos de los que yo me hago partícipe.

Escribir implica posicionarse, todo lo que no sea definirse unas reglas es sinónimo de cobardía literaria y, a la postre, de decepción para el lector.

Haciendo referencia al caso de Stendhal, es importante en mi caso al enfrentar la construcción de una novela el hacerla creíble, fácilmente legible. Al tener claro que quiero utilizar un lenguaje directo, dando importancia al diálogo, sé que renuncio a otras propuestas más teóricamente literarias, barrocas, poéticas, pero al mismo tiempo reivindico un estilo más cercano a la imagen, al fogonazo, al ritmo y la hipnosis lectora.



Hay páginas enteras de libros de Antonio Gala en que no sale de la reflexión más desgarrada acerca de la palabra amor. Se permite parar de cuajo una historia para profundizar en dilemas universales. Es una opción hermosa perfectamente defendible y hay mucho lector dispuesto a sumergirse en ese tipo de literaturas.

En mi caso, opto por adoptar el lenguaje más directo y evito literalizar, por ejemplo, diálogos mundanos. Prefiero llegar a la palabra amor a través de las vivencias de mis personajes, que sean ellos los que te hagan entender el sentido de esa palabra.

Es una decisión, y ahí entronco con el discurso de Atxaga, es el código penal que yo me autoimpongo. Una vez que le das un tono a tu lenguaje ya no puedes salir de él, porque si te sales de ahí se sale contigo el lector y pierde la confianza en ti.


Cuando empecé con este proyecto tuve claro que mi código penal implicaba:

- Diálogos directos
- Narración en tercera persona
- Prosa de frases cortas

La novela podrá ir y venir, dar giros, sorprender, pararse en seco. Pero nunca podrá abandonarse a reglas diferentes de mi código penal.

viernes, 13 de julio de 2012

Métodos

Como en cualquier proyecto de envergadura, en la apasionante tarea de escribir una novela lo importante es el resultado final, poco importa si para construirlo establecemos diez o ningún método de trabajo.

Soy de las personas metódicas que necesitan reglas de trabajo, objetivos y estructuración para lanzarse a atacar un reto de esta importancia.

Cosa bien distinta es perderse en las propias normas de trabajo que tú te des. No hay que olvidar que la única meta es la novela final y que éste sea un producto de calidad que responda a las exigencias que uno se ha impuesto como irrenunciables.

Los métodos estructurados aportan, además, disciplina.

El llevar un seguimiento de lo escrito y por escribir permite tener visibilidad, recompensa en los momentos bajos y te permite trabajar sobre la novela sin que esto siempre suponga el lidiar de forma directa con el papel en blanco, con todo el vértigo que esto supone.

Quien, por tanto, guste del paseo continuo al borde del precipicio quizás desprecie con motivos el aporte que le pueda suponer toda la batería de tácticas de las que yo me doto para conseguir llegar a la meta.



Trabajo fundamentalmente sobre tres soportes:

* El fichero excel de histórico de producción
* El sistema de etiquetado
* El corcho móvil

Poco a poco iremos profundizando en cada uno de ellos.

Al ser argucias muy personales, algunas de ellas no podrán ser adaptadas por escritores que puedan en algún momento leer esto. Sin embargo, pueden servir como ideas para desarrollar algo diferente sustentado en las mismas bases.

Lo importante es retener que el método 'equis' se puede abandonar o retomar en cualquier instante, y será útil desde el momento en que haya servido para construir y progresar.

Sería equivalente al guión de cine para una película. El objetivo es el film en sí. Una vez éste se ha conseguido, el guión puede ir directamente a la papelera.

jueves, 12 de julio de 2012

El tono

Es importante saber qué ambiente crear para que el lector, en cuanto te dé la oportunidad de leerte, sepa en qué mundo se va a meter, con qué códigos.

No se puede pretender contentar a todos, porque ello implicaría una literatura demasiado poco exigente y prostituida. Hay que tener claro hacia quién va dirigida y qué buscarían esos potenciales lectores en tu historia. En función de ello se establecerá un tono intimista, arrebatador, urbanita, duro, frío, más o menos dinámico, provocador o pausado.

La novela por la que me decidí esta vez tenía que construirse a partir de unos esquemas de fluidez, lenguaje directo y una base potente de diálogos que mostrara a los personajes más por lo que hacen y dicen que por lo que el narrador cuenta de ellos.

¿Qué tiene que ver esto con el público en el que yo pienso?

Creo que mucho.

Mi público objetivo es urbano, no es clásico, tiene una edad media y está de vuelta de determinadas ingenuidades que mis historias no pueden, no quieren ofrecer. Pienso en un lector que dé mucha importancia a lo que se cuente, a cómo se profundice en ello, pero sin estar atento a la estructura ni al estilo. Huyo, por tanto, de lenguajes barrocos ni exceso de reflexiones que frenen la lectura.

Quiero provocar emoción más que reflexión en lo instantáneo del hecho en sí de la lectura, teniendo como objetivo final que la historia llegue y acabe impactando en determinadas interioridades de quien se enfrenta a ella. Es decir, busco la reflexión como consecuencia, no como inmediatez.

Decido entonces que esta novela en construcción tenga un lenguaje directo, de frases cortas pero trabajadas, escrito en tercera persona por la obligación que impone el ser una historia coral y para reforzar el tono cinematográfico, urbano y ágil de que procuro impregnarla.


martes, 10 de julio de 2012

Personajes

Hay tantas literaturas como lectores existen, porque cada cual busca la porción exacta de ingredientes con que construiría o imaginaría la historia perfecta.

Uno de esos componentes con los que jugar es el personaje, su importancia en la estructura de la novela. Su peso con respecto a la trama, por ejemplo, define el tipo de literatura a la que nos enfrentamos. Cuanto más se profundiza en el perfilado de ese sujeto y menos en la trama más intimista es la novela; cuando la balanza se posiciona al otro extremo, nos enfrentamos a una novela de acción en que poco importa el cómo esté caracterizado el héroe o el villano.

Yo soy lector y autor de novelas de personajes, lo cual no quiere decir que deje de lado la trama, la estructura literaria, la calidad de la prosa o el tratamiento de las emociones. Al menos intento no flaquear en ninguno de los extremos.

Definir bien al personaje es, a mi entender, esencial para introducir al lector, a un amante de la literatura con letras mayúsculas, en la red de la novela.

Hay que creerse sus circunstancias, vivir sus miedos, ansiar sus proyectos en el caso de que nos identifiquemos con él, o bien odiarlo, temerlo, desearlo o envidiarlo. El personaje tiene que provocar en nosotros un efecto devastador para que nos interese seguir pasando las páginas en busca de su destino.

En esta novela que me traigo entre manos he decidido que hay muchos personajes, pero sólo cuatro esenciales: Leo, Carmela, Pablo y Virginia.

En torno a ellos girará la historia.

Toda novela coral, como es ésta en que he decidido colocar cuatro protagonistas, necesita de un elenco mayor para poder dar juego a los héroes y heroínas.

De ahí que yo clasifique a los personajes en cuatro niveles:

* Protagonistas
* Indispensables
* Secundarios
* Reparto

Poco a poco iré desvelando por qué esa clasificación, quiénes son los que darán vida a estos personajes en mi novela y qué me llevo a tomar esas decisiones.

Os paso un adelanto de la composición de la historia en función de las relaciones entre los personajes:



lunes, 9 de julio de 2012

Idea base

Construir una novela, bajo mi punto de vista, no puede hacerse sin tener claro qué se quiere transmitir. Cimentar una historia en un esqueleto sin alma puede llevar a una gran decepción, no sólo del lector, sino del propio arquitecto de la obra.

Y esta idea-alma se tiene que poder resumir en una frase corta, simple, directa, que oriente como una pantalla luminosa a quien aspira a enfrascarse durante meses en la elaboración de una novela para que, cuando lleguen los desvíos, las tentaciones, los cantos de sirena uno no pierda el norte.

En mi caso, la idea matriz se podría resumir en:

'Hasta dónde puede llegar el amor verdadero'.

Sí, es un luminoso potente, que puede convertirse en perverso, cursi, desgarrador o sublime, pero al menos es el punto de partida y la meta.


Otra cosa es dónde lleguemos y en qué condiciones cuando comencemos a vislumbrar el cierre de la historia.

Historia de una novela

Es ésta una novela que comencé a escribir en otoño del 2009. Ahora que entra en su recta final, quiero compartir con vosotros todo el proceso de construcción transcurrido hasta ahora así como todo lo que queda por llegar, desde la finalización de la historia a la decisión final sobre el título, las correcciones, el movimiento editorial, los concursos, la distribución (si se publica), las reseñas, los aprendizajes, las decepciones.