Cuando hace varios años tuve la fortuna, en un mismo mes, de recibir una propuesta de edición de mi novela y, en paralelo, quedar finalista de un premio internacional, pensé que al fin mi humilde carrera de escritor tomaba el impulso definitivo, algo que creí confirmar con las ventas de ese libro y, sobre todo, con las reseñas que fueron publicándose en distintos medios.
De hecho, al embarcarme en el proceso de promoción de No te supe perder, ya tenía muy avanzada por entonces mi siguiente historia. Nunca dejo de lado esa pasión visceral por sentarme frente al papel en blanco, donde estructuro conflictos humanos de personajes ficticios que se van enredando en mi cabeza; un ejercicio, doloroso y divertido por igual, al que dedico horas recolectadas de entre los huecos de una vida intensa, fundamentalmente feliz y completa.
Pero no. No todo viene rodado. La novela publicada me llevó a enredarme en un largometraje interminable que me persigue como una maldición; agujero negro en el que caí convencido de su viabilidad sin haber sabido calcular quiénes estaban junto a mí en ese proyecto ni su grado de credibilidad. Lucha que no terminará hasta que no salde mis compromisos con todos aquéllos que creyeron en mí y se pusieron en mis manos.
En todo este período he continuado escribiendo, con disciplina prusiana, hasta dar por terminadas dos novelas que confío en que me harán crecer como narrador.
Sin embargo los envíos de manuscritos a premios, agentes literarios y editoriales se han ido sucediendo estos años sin éxito, tras confirmar que mi anterior editor había puesto punto final a la publicación de novelas de ficción. En este tiempo he rechazado cantos de sirena de todo tipo que me invitaban a entregar mi trabajo de años a iniciativas de bajo nivel o a encantadores de serpientes.
Soy consciente de la crisis del mundo de la edición, que en estos años duros ha reducido a la mitad su cifra de negocios; sé que hay muchos escritores a cuyo nivel nunca llegaré que no consiguen sacar sus grandes novelas al mercado.
La fortuna es que yo confío en mí, y esa creencia en mi capacidad para contar historias me lleva a luchar cada día, a diseñar nuevas estrategias, a intentar nuevos caminos y a compartir con pasión mi amor por la literatura.
Afortunadamente alguien, de nuevo, creyó en mí, y hoy he firmado un contrato impecable con una gran editorial.
No defraudaré su confianza.
De hecho, al embarcarme en el proceso de promoción de No te supe perder, ya tenía muy avanzada por entonces mi siguiente historia. Nunca dejo de lado esa pasión visceral por sentarme frente al papel en blanco, donde estructuro conflictos humanos de personajes ficticios que se van enredando en mi cabeza; un ejercicio, doloroso y divertido por igual, al que dedico horas recolectadas de entre los huecos de una vida intensa, fundamentalmente feliz y completa.
Pero no. No todo viene rodado. La novela publicada me llevó a enredarme en un largometraje interminable que me persigue como una maldición; agujero negro en el que caí convencido de su viabilidad sin haber sabido calcular quiénes estaban junto a mí en ese proyecto ni su grado de credibilidad. Lucha que no terminará hasta que no salde mis compromisos con todos aquéllos que creyeron en mí y se pusieron en mis manos.
En todo este período he continuado escribiendo, con disciplina prusiana, hasta dar por terminadas dos novelas que confío en que me harán crecer como narrador.
Sin embargo los envíos de manuscritos a premios, agentes literarios y editoriales se han ido sucediendo estos años sin éxito, tras confirmar que mi anterior editor había puesto punto final a la publicación de novelas de ficción. En este tiempo he rechazado cantos de sirena de todo tipo que me invitaban a entregar mi trabajo de años a iniciativas de bajo nivel o a encantadores de serpientes.
Soy consciente de la crisis del mundo de la edición, que en estos años duros ha reducido a la mitad su cifra de negocios; sé que hay muchos escritores a cuyo nivel nunca llegaré que no consiguen sacar sus grandes novelas al mercado.
La fortuna es que yo confío en mí, y esa creencia en mi capacidad para contar historias me lleva a luchar cada día, a diseñar nuevas estrategias, a intentar nuevos caminos y a compartir con pasión mi amor por la literatura.
Afortunadamente alguien, de nuevo, creyó en mí, y hoy he firmado un contrato impecable con una gran editorial.
No defraudaré su confianza.