miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ajustes

En el momento de cerrar una novela se abren las puertas a un trabajo menos creativo, más doloroso, aunque excitante en cualquier caso, sobre todo cuando para componer esa obra uno ha pasado varios años de su vida.

Para mí se trata de verlo, del mismo modo que tantas otras tareas en las que me involucro, como un juego. Divertido, incluso.

Los primeros capítulos están más perfilados por haberles dado vueltas en varias ocasiones desde que comienzas la historia, en cambio los últimos están aún en carne viva, con múltiples desajustes y mucha pasión, la propia de los instantes en que estás cerrando el círculo. Es por ello que es importante mezclar las dos visiones a la hora de corregir.



Cuando se termina de componer una novela hay que emplearse de forma brutal y sin descanso a ajustarla, corregirla y afinarla de una sola vez.

Es el momento de tener una visión única del conjunto, cuando descubres incoherencias que te hacen subir el pulso o helar la espalda. En cierta forma tus personajes del principio son distintos de los del final, aunque tengan el mismo nombre.

En el caso de esta novela recién terminada, es poco menos de un mes el período de tiempo en el que transcurre, pero la he escrito en tres años. Cuando llegaba al punto final mis protagonistas ya formaban parte de mí, en tanto que al principio estaban mucho más borrosos, sus comportamientos eran más inestables e imprevisibles por lo que toca, en este período de corrección final, dar las pinceladas precisas que delimiten las líneas que definan con precisión esos caracteres de los personajes en sus inicios, cuando los conflictos estaban por venir y ellos apenas se estaban presentando al lector.

Los conozco mejor físicamente, sé cómo hablan, a qué cosas tienen miedo y cuáles son sus manías. Al principio no lo sabía.

En esta ocasión estoy disfrutando especialmente porque he decidido corregir de inicio a fin y de fin a inicio, compaginando el pasado con el futuro.

Mi falta de memoria hace que haya repetido escenas que creía haber escrito sólo una vez, o que me contradiga en las expresiones particulares de cada uno de ellos, lo que hace perder credibilidad al texto aunque estos errores sean accesorios y no toquen el centro de la trama.

Hay que corregir sin benevolencia, con espíritu crítico y sin miedo a borrar. Cada día se va guardando una copia haciendo referencia al día de corrección por si, en algún momento de pánico o lucidez, se quiere volver atrás.

Pablo fue perdiendo rigidez, Leo se fue haciendo menos inocente, Virginia ganó en capacidad de reírse de ella misma y Carmela se transformó en la mujer serena que no conseguí construir en las primeras páginas. 

Ahora, ya desde el principio, todos comienzan a coger su verdadero color, estable, uniforme, coherente para con el lector.

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