jueves, 17 de julio de 2014

Constancia

Cuando hace varios años tuve la fortuna, en un mismo mes, de recibir una propuesta de edición de mi novela y, en paralelo, quedar finalista de un premio internacional, pensé que al fin mi humilde carrera de escritor tomaba el impulso definitivo, algo que creí confirmar con las ventas de ese libro y, sobre todo, con las reseñas que fueron publicándose en distintos medios.

De hecho, al embarcarme en el proceso de promoción de No te supe perder, ya tenía muy avanzada por entonces mi siguiente historia. Nunca dejo de lado esa pasión visceral por sentarme frente al papel en blanco, donde estructuro conflictos humanos de personajes ficticios que se van enredando en mi cabeza; un ejercicio, doloroso y divertido por igual, al que dedico horas recolectadas de entre los huecos de una vida intensa, fundamentalmente feliz y completa.

Pero no. No todo viene rodado. La novela publicada me llevó a enredarme en un largometraje interminable que me persigue como una maldición; agujero negro en el que caí convencido de su viabilidad sin haber sabido calcular quiénes estaban junto a mí en ese proyecto ni su grado de credibilidad. Lucha que no terminará hasta que no salde mis compromisos con todos aquéllos que creyeron en mí y se pusieron en mis manos.

En todo este período he continuado escribiendo, con disciplina prusiana, hasta dar por terminadas dos novelas que confío en que me harán crecer como narrador.



Sin embargo los envíos de manuscritos a premios, agentes literarios y editoriales se han ido sucediendo estos años sin éxito, tras confirmar que mi anterior editor había puesto punto final a la publicación de novelas de ficción. En este tiempo he rechazado cantos de sirena de todo tipo que me invitaban a entregar mi trabajo de años a iniciativas de bajo nivel o a encantadores de serpientes.

Soy consciente de la crisis del mundo de la edición, que en estos años duros ha reducido a la mitad su cifra de negocios; sé que hay muchos escritores a cuyo nivel nunca llegaré que no consiguen sacar sus grandes novelas al mercado.

La fortuna es que yo confío en mí, y esa creencia en mi capacidad para contar historias me lleva a luchar cada día, a diseñar nuevas estrategias, a intentar nuevos caminos y a compartir con pasión mi amor por la literatura.

Afortunadamente alguien, de nuevo, creyó en mí, y hoy he firmado un contrato impecable con una gran editorial.

No defraudaré su confianza.

sábado, 4 de mayo de 2013

Ateneo

Mientras trabajo con disciplina monacal en mi nuevo proyecto literario y se acercan los días en que se estrene definitivamente el largometraje No te supe perder, basado en mi última novela publicada, continúo moviendo con una calma extraña Huyendo de mí.

Tras pasar por las manos de Miguel Ángel Parra, comprometido afectivamente con  la promoción de la historia una vez que vea la luz, procedí a la última corrección antes de enviarlo al XLV Premio Ateneo de Sevilla, a punto de cerrar el plazo.



Llegué con dos ejemplares al imponente edificio de la calle Orfila y, tras subir sus grandes escaleras, me recibieron amablemente, rellenaron un recibo en el que queda reflejada mi participación y me explicaron, a preguntas mías, que en las últimas tres semanas antes de la fecha límite habían llegado una media de 40 novelas diarias de todos los rincones del planeta, cantidad similar a la que en paralelo iba llegando a la editorial Algaida, organizadora del premio.

Yo veía tras del administrativo que me lo explicaba unos estantes repletos de grandes sobres impregnados de ilusiones, en su mayoría, vanas.

Somos pequeñitos en cualquier ámbito de la condición humana en el que nos movamos, razonaba mientras venía de vuelta a casa con un papel que daba fe de mi participación en un concurso que, eso es seguro, nunca ganaría si no me presentase.

Dura, la literatura.

domingo, 10 de febrero de 2013

Blog

Si me pidiesen consejo, diría que una de las herramientas más útiles para formarse en la escritura es la de tener la constancia de publicar en un blog.

Son textos preferentemente cortos, en los que debes caracterizarte por un lenguaje directo que mantenga la atención del lector, al que intentas fidelizar y en el que hay que ser lo suficientemente brillante y coherente para no desconcertar.

Esa capacidad para enganchar me resulta luego muy útil a la hora de escribir una novela, así como el hecho de experimentar con la construcción de ideas a través de los textos.



Al dedicar mis esfuerzos, placenteros, eso sí, a mantener vivo un blog me estoy manteniendo en contacto con lectores conocidos o potenciales y, además, observo las reacciones, cuáles gustan más, emocionan, qué es lo que gusta menos. Incluso yo, como lector de mis pequeños textos, quedo más o menos satisfecho con cada resultado final.

Te expones al exterior, lo que siempre conlleva un retorno, creas una disciplina y experimentas con el lenguaje fuera de los fuegos de artificio de la pura teoría o el papel que va a la papelera.


lunes, 14 de enero de 2013

Portada

Desde hacía tiempo tenía claro que ofrecería a José Ponce el diseño de la cubierta de mi nueva novela. Haber trabajado con él en la película NTSP, para la que creó el logo, y haber comprobado cómo construía guiones para cortos o lanzaba ideas para la promoción del largometraje me hizo estar convencido de que sería un lujo contar con él para construir la primera imagen con la que se encontrarán los futuros lectores de Huyendo de mí.

Trabajó a partir de dos lecturas pausadas de la novela, intentando captar el tono, los colores, la imagen de esta historia urbana de relaciones personales complejas entre cuarentañeros sevillanos que se buscan y se alejan.

La primera propuesta viene ligada precisamente a este carácter urbano, jugando con los planos de las tres ciudades protagonistas: Sevilla, París y Bruselas, utilizando colores apagados y figuras difusas, con unos caracteres movidos que dan idea de ese desasosiego interior del que huye.


La segunda opción, más comercial, divertida y centrada en la parte vodevilesca de la historia destaca por sus colores, con un gran labio rosa que divide a París de Sevilla y da cobijo a los personajes principales de la novela en plena huida.


En las dos aparecen las rosas...

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Crítica

En todo proceso creativo hay momentos duros y suelen venir asociados a aquéllos en que recibes comentarios críticos con tu obra.

Hoy ha sido uno de ellos. Me enfrentaba al cuarto lector, y no hablábamos de cualquier persona, sino de la mujer que me ha seguido desde el inicio de mis escarceos literarios. Su opinión, si no transcendente, sí era importante para mí.

No le ha gustado la novela. Precisándolo más, en ningún momento me ha dicho que no le haya gustado, sino que esperaba otra historia dentro de mi evolución como escritor. Me vino a decir que este 'Huyendo de mí' ya le sabe a otra de mis novelas: 'Rosa.0'

Entendiendo, que no compartiendo sus criterios, la dejé explicarse. Mariángeles me viene a decir que con 'No te supe perder' consiguió olvidarse totalmente de mí, no me veía en ningún momento al atravesar ese drama coral que tantas satisfacciones me ha dado. En cambio aquí nota un retroceso, vuelve a aparecer su amigo Salva entre líneas, sus obsesiones y su forma de pensar. Buscaba sorprenderse y no lo ha conseguido.

Critica también el hecho de que se utilice 'facebook' como una herramienta más de narración. No le parece 'poético', aún reconociendo que es una realidad actual de comunicación y que mis novelas siempre tratan de reflejar el mundo que vivimos.

Ella quiere más profundidad en mi literatura y le da miedo que viaje a extremos lejanos a sus preferencias.

Yo le acepté con una sonrisa sincera sus críticas, a pesar del dolor (ya previsto por pistas que me fue dando). Le vine a decir que venía con el espíritu presto a escucharle y que, aún no esperando esas referencias a 'Rosa.0', más o menos podía intuir por dónde vendrían sus comentarios.

Sigo creyendo en mi historia, sé que hay una buena novela tras esas páginas, pero los comentarios de Mariángeles me sirven para situarla en el contexto de mi trayectoria.

Quise hacer una novela menos 'tremenda', más ágil y de estructura menos compleja.

El resultado es 'Huyendo de mí' y a mi querida Mariángeles no le gusta.


lunes, 17 de diciembre de 2012

Título

Hace años comencé a escribir mi última historia de ficción, hace pocos meses la finalicé.

Quiero ir con calma, hacerlo todo bien para llegar a redondear una obra honesta, emotiva y divertida, fácil de leer pero compleja, actual aún tratando conflictos humanos que pudiesen ser entendidos en cualquier época y lugar.

Imaginé hasta dónde podía llegar el amor, el real entre amantes ya disfrutado durante años, sincero pero barnizado por innumerables actores externos que lo pulen, lo retuercen, dimensionándolo con otras formas distintas a las originales.

Quería analizar, a partir de una pareja inventada, cómo actuaría uno de ellos cuando la otra persona le abriera de par en par las puertas a otros amores de juventud.

Creada la trama mis personajes se rebelaron, ningún humano -me decían con sus reacciones- es capaz de tanta generosidad, nadie ama tanto como para entregar a otra persona el objeto de su deseo por buscarle la felicidad total, aún sintiendo que no tenga la energía suficiente para mantener encendida con la misma potencia la llama de su relación.

Surgieron dudas en aquella persona que ofrecía, surgieron dudas en aquél a quien le presentaban otros caminos y, como siempre ocurre, se cruzaron otros motivos, circunstancias imprevistas, informaciones que uno no conoce del otro hasta que no lo pone a prueba. El antiguo amor de juventud ya no era el mismo ser humano, ni podía hacerse cómplice de una estrategia sin conocerla.

A quien diseñó la estrategia se le escapó que la vida siempre puede ofrecer sorpresas más grandes de las intuidas y una muerte amiga vino a sacudir todos los resortes inimaginados cuando se veía sólo la propia realidad de una estrategia construida, a pesar de las buenas intenciones, de manera artificial.



Creemos en el control de nuestros actos, pero la bola del mundo rueda mucho más firme y mis personajes, aturdidos, se dejaban guiar por el temor a haber perdido una estabilidad que nunca deja de ser una quimera.

El círculo no podía cerrarse, porque las historias humanas no son circulares ni tienen sentido completo en sí.

Alguien abre la puerta por amor y no sabe hasta qué punto uno es pequeño cuando pierde las coordenadas del ser amado.

Y el ser amado, empujado a ponerse a prueba sin saberlo, soltado de los hilos que le unen a su relación afectiva de siempre, comienza a huir hacia adelante queriendo encontrar el camino de vuelta hacia un tiempo anterior del que no sabe cómo ha salido.

Dos seres humanos, repletos de buenas intenciones, se perdían en dos dinámicas perversas confundidos por el creer conocer al otro.

La historia estaba escrita.

Tocaba el momento de colocarle un título y registrarla. Hoy ha sido ese día y el título no podía ser otro, tanto para la que organiza la estrategia como para el que participa en ella sin saberlo:

Huyendo de mí.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Disciplina

La disciplina es inherente a la calidad siempre que no seas un genio, y genios hay pocos.

Sin embargo, creatividad y disciplina se venden a veces como conceptos reñidos entre sí, quizás para justificar la aparente incoherencia entre la constancia y la emoción, entre el rigor y la creación o la chispa.

He tenido épocas de tertulias literarias en que me juntaba semanalmente con gente que escribía como los ángeles, pero por los que no hubiera apostado nunca por el simple hecho de confirmar su inconstancia.

Crear de la nada es duro. Excitante, sí, pero doloroso. Tener la capacidad para construir historias en tu cabeza que consigan provocar emociones en el otro, del tipo que sea, es tarea compleja.

Enfrentarse a una novela, con lo que implica de dimensionamiento, estructuración y coherencia es imposible atendiendo simplemente a la virtud de la escritura. Se necesita mucho más que una buena idea o habilidad para hilvanar frases exquisitas que definan situaciones o emociones difíciles de transmitir.

El acto de enfrentarse a espacios en blanco por rellenar puede ser frustrante si se entiende la disciplina como un avance continuo y diario, de siete a diez, con el único cometido de cuantificar el número de líneas escritas.

La disciplina debe conllevar, en muchas ocasiones, sentarse en un sofá a sentir por tu protagonista, leer libros que tengan que ver con el tema que quieres tratar, elaborar esquemas para no caer en contradicciones, revisar lo ya escrito con los ojos de alguien conocido que no seas tú, recortar tarjetas y pegarlas en un corcho para tener una visión global, hablar de los conflictos que quieres tratar con gente que te pueda aportar otros puntos de vista.

La creatividad no está reñida con la disciplina pero sí lo está con la imposición de la rutina de querer avanzar a toda costa sin trabajar el camino, sin pararse a mirar el horizonte ni frenarse a mirar hacia aquello que dejamos atrás, sentarse en una piedra a reflexionar lo andado y tomar fuerzas para continuar la ruta, que seguro espera con obstáculos, bifurcaciones y paisajes no previstos, pero que enriquecerán el recorrido hacia una meta que no siempre es la que fijaste.

Ser constante es necesario para construir algo grande.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Contemporáneo

Me resulta difícil distinguir entre coetáneo y contemporáneo, aunque sí tengo una idea clara, no siempre compartida por mis colegas de la escritura: soy un defensor de narrar lo contemporáneo.

Siendo consciente de las inmensas novelas históricas escritas desde tiempos futuros, no puedo olvidar Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari, estoy convencido de la labor -secundaria sí, pero importante- del narrador de ficción como reportero de su propia época, entornos y circunstancias.

No hay mayor placer que leer la Carol de Patricia Highsmith para entender el glamour de los Estados Unidos que olvidaban la posguerra, o a Jack Kerouac para comprender los deseos de libertad de ese mismo país una década después, o a Philip Roth para adentrarse en la América de finales del siglo XX, con toda la carga de desasosiego que implicaba la sociedad del bienestar que no sabe hacia dónde camina.

Igual ocurre con la Francia marginal del siglo XIX en las páginas de Zola, o la Argelia colonial de Camus, la Inglaterra en blanco y negro de Doris Lessing, la Barcelona austera de Laforet o la Sevilla luminosa y provinciana de Cernuda.

El escritor se debe, en cierta forma, a su tiempo; jugando a esa carta nos ofrece a través de su literatura un relato implacable de lo que mejor conoce: lo vivido.

La novela que habla de lo coetáneo es doblemente provocadora: por la tragedia o conflicto universal que nos plantee y por la capacidad para hacernos sumergir con credibilidad diáfana en marcos concretos de espacio y tiempo, imposibles de conocer de otro modo.

Es, tal vez por eso, que escribo de la Sevilla que vivo y de mi generación.

viernes, 26 de octubre de 2012

Reposo

Una buena historia necesita de un período de reposo antes de que vea la luz. Se debe desconectar de ella por completo, quitarte de la cabeza los nombres, lugares y conflictos, tratando de evitar hablar de ella ni buscarle defectos o virtudes con ansiedad.

Es la receta en la que creo y la que aplico a mis novelas.

La falta de memoria en mí facilita la tarea. Tanto es así que, cuando el próximo 1 de noviembre tome la historia para merendármela en el puente festivo que se avecina, seguro que acabo por sorprenderme con alguna de las escenas o de emocionarme con alguno de los diálogos.

Es el momento de sacar la tijera y recortar todo lo superfluo, como una pieza de aluminio sacada de la fundición, ya fría. Hay que arrancar los restos de rebaba metálica que afean, distraen y pueden producir algún corte en quien la manipula.



Ya está entregada a un par de premios, la suerte está echada, y habrá que ir preparando nuevos ejemplares para otros que se acercan. Pronto registraré la historia y el nombre, tendré la portada y la revisión definitiva. Es entonces cuando comenzaré a preparar el dossier con el que comenzar a comercializar la novela a editores y agentes literarios.

Siempre que termino una novela me preguntan, ¿cuándo la presentas?, cuando en el fondo ese final no es más que el principio de una larga travesía. La pregunta más acertada sería: ¿la publicarán?

martes, 16 de octubre de 2012

Imagen

Conforme he ido avanzando en el mundo de la literatura he sabido comprender lo importante que es acompañar una buena historia de todo aquello que la complemente para hacerla atractiva a ojos del lector.

Creo en las historias que escribo y me gusta compartirlas.

En estos tiempos que corren donde todo se consume deprisa, en que la oferta supera enormemente a la demanda y las tentaciones, especialmente las digitales, van guiñándote el ojo mires hacia donde mires es importante buscar el propio camino para que tu guiño de ojos sea más excitante que el de otros, captando la atención aunque sea lo que dura un flash fotográfico para que un futuro lector anónimo acabe pasando de potencial a real.

Con esta novela que me traigo entre manos y aún no ha visto la luz quiero trabajar todas las posibilidades, fundamentalmente por dos razones: creo en lo que hago y me resulta divertido el reto.

¿Cómo captar la atención con un libro?

El primer impacto lo produce la portada, la cubierta.

La película en que pronto se convertirá No te supe perder, mi anterior novela, me sirvió para conocer gente interesante, creativa, rompedora. Una de estas personas es Jose Ponce de León, diseñador del logo de la peli y constante fuente de inspiración para todos los que trabajamos, ¡aún!, en ese proyecto que algún día, espero que cercano, se hará realidad: Llevar una de mis novelas a la gran pantalla.



Desde hacía mucho tiempo, cuando aún la historia estaba en pleno proceso de construcción, pensé en él para solicitarle y ofrecerle al mismo tiempo el diseño total de la imagen de la novela. Confío plenamente en él.

Su respuesta fue un sí rotundo e inmediato, para mi felicidad.

El pasado miércoles quedé con él para tomar unas cervezas y entregarle el manuscrito. Lo recibió con tanta pasión que me emocioné aún más.

No sólo eso, conforme me explicaba la técnica que iba a aplicar más me convencía del acierto de mi elección.

Jose leerá varias veces la novela y dibujará un boceto a cada cierre del capítulo final, de modo que irá estableciendo todo un proceso manual de pintura antes de proceder a su paso a digital. Conociendo su habilidad para crear, lo metódico de sus trabajos y la sensibilidad que tiene para captar la esencia de las cosas no puedo más que sentirme afortunado de haber encontrado gente así por mi camino que quieran ayudarme en este alucinante recorrido por el mundo de la creación.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Revisiones

Han sido dos personas muy cercanas quienes me han dado ya la primera opinión de la historia.

Las condiciones del juego eran claras: tenían que olvidarse de mí, penetrar con objetividad en la novela y transmitirme sus emociones.

No quería que se centrasen en cuestiones gramaticales u ortográficas que les distrajesen de aquello que yo necesitaba de ellos, que no era otro que oír el relato de sus bocas para saber hasta qué punto la han sentido, cómo han recibido cada personaje, con qué lo identifican, cuál es para ellos el principal conflicto de la trama y, a fin de cuentas, qué piensan que yo he querido contar.

El ejercicio es tan interesante que incluso he llegado a cambiar el nombre de uno de los personajes, Sara:

-Si cierro los ojos y pienso en una mujer así, me salta el nombre de Pilar -me decía Fran.

Es cierto, cuando tienes la posibilidad de construir tu universo de ficción hasta los nombres son importantes, porque hay un cierto acervo en nuestro mundo personal que nos hace identificarlos con edades, formas de ser y situaciones familiares.

Conforme lo iban leyendo cada uno tenía un temor diferente. Uno, que el cierre fuera demasiado rígido. Otro, Santi, que fuese demasiado abierto.

Una muestra de dos que sirve para confirmar lo compleja que es la literatura, los proyectos en general. Dar satisfacción, por tanto, al lector es complicado por lo que la mejor opción es buscar la satisfacción personal. Es más, conforme iban leyendo la historia aún no tenía decidido el final. Afortunadamente cada uno tiraba de un extremo de la cuerda, lo que me ayudó a mantenerme en mis trece.

A Santi le sorprenden determinadas escenas que, reflexionándolas, no tenía claro explicar por qué las situé ahí. El hecho de que me interrogara acerca de ellas me ha forzado a encontrar una respuestas que me satisfacen.

El otro día vi una película lenta y fascinante de Sofía Coppola, como todas las suyas que he podido ver, Somewhere. En un momento del film, el protagonista contrata a dos prostitutas gemelas para que le monten un show en su habitación de hotel. Mientras ellas bailan, él se queda dormido. Y la historia continúa.



No era necesario en la trama, pero reflejaba mejor que ninguna conversación el hastío emocional de un actor de éxito forrado de dinero que no sabe qué hacer con su vida para darle satisfacción.

De ese tipo de momentos me gusta surtir, con mesura, mis novelas. Gracias a las preguntas de Santi comienzo a comprender por qué.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Premios

Mañana enviaré por correo los tres primeros ejemplares de mi recién terminada novela al XVII Premio de Novela 'Vargas Llosa'. A la vista tengo otros premios y un listado de editoriales.

El momento de empaquetar tu primer manuscrito para lanzarlo a la aventura de un concurso literario es ilusionante, a pesar de que sabes que compites con cientos, a veces miles, de novelas que harán al jurado dudar y tomar decisiones siempre necesariamente injustas desde el momento en que se frustran las expectativas de autores con historias de gran calidad.

Considero, sin embargo, que el trance de enviar tus historias a concursos es un hecho limpio, humilde y que te pone a prueba como escritor.



La satisfacción de ganar o ser finalista es tan inmensa que merece la pena el desengaño de las múltiples derrotas anteriores. Ser mencionado en un concurso implica ser reconocido como autor anónimo, sin que influyan otros condicionantes que no sean el de la calidad literaria de tu obra.

Quedar finalista del XIX Premio Internacional de Novela Luis Berenguer supuso para mí, quizás, el tomar definitivamente en serio mi faceta de escritor. No recuerdo emoción instantánea más explosiva que esa llamada desde el Jurado para comunicarme que había traspasado la frontera de los que son seleccionados como elegidos.

Sé que hay corruptelas, intereses creados, contactos previos, presiones sutiles... pero sigo creyendo en la nobleza de estos concursos literarios que realmente buscan novelas que aporten algo, que emocionen y diviertan.

Cuando, meses después de quedar finalista y no ganar con mi No te supe perder, conseguí contactar con uno de los miembros del Jurado en la firma de uno de sus libros, éste me vino a decir que mi novela era demasiado triste para ser comercial.

Afortunadamente, se equivocó. Funcionó muy bien a pesar de la crudeza de la historia que contaba.

Aún así, me influyó mucho esa confesión, justo cuando estaba comenzando a escribir esta novela que hoy empaqueto para lanzarla al espacio agresivo, emotivo y desasosegante de los premios literarios.

Hay que ser paciente y creer en la propia fortaleza. En nada está aquí noviembre, cuando el fallo del jurado se hará público. Para entonces, si no recibo ninguna llamada de felicitación, ya habré puesto suficientes huevos en la cesta (premios, editoriales, agentes literarios...) que me tendrán a la expectativa de alguna alegría.

Lo normal es que no llegue nunca esa llamada, pero si no se intenta seguro que el teléfono nunca sonará.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ajustes

En el momento de cerrar una novela se abren las puertas a un trabajo menos creativo, más doloroso, aunque excitante en cualquier caso, sobre todo cuando para componer esa obra uno ha pasado varios años de su vida.

Para mí se trata de verlo, del mismo modo que tantas otras tareas en las que me involucro, como un juego. Divertido, incluso.

Los primeros capítulos están más perfilados por haberles dado vueltas en varias ocasiones desde que comienzas la historia, en cambio los últimos están aún en carne viva, con múltiples desajustes y mucha pasión, la propia de los instantes en que estás cerrando el círculo. Es por ello que es importante mezclar las dos visiones a la hora de corregir.



Cuando se termina de componer una novela hay que emplearse de forma brutal y sin descanso a ajustarla, corregirla y afinarla de una sola vez.

Es el momento de tener una visión única del conjunto, cuando descubres incoherencias que te hacen subir el pulso o helar la espalda. En cierta forma tus personajes del principio son distintos de los del final, aunque tengan el mismo nombre.

En el caso de esta novela recién terminada, es poco menos de un mes el período de tiempo en el que transcurre, pero la he escrito en tres años. Cuando llegaba al punto final mis protagonistas ya formaban parte de mí, en tanto que al principio estaban mucho más borrosos, sus comportamientos eran más inestables e imprevisibles por lo que toca, en este período de corrección final, dar las pinceladas precisas que delimiten las líneas que definan con precisión esos caracteres de los personajes en sus inicios, cuando los conflictos estaban por venir y ellos apenas se estaban presentando al lector.

Los conozco mejor físicamente, sé cómo hablan, a qué cosas tienen miedo y cuáles son sus manías. Al principio no lo sabía.

En esta ocasión estoy disfrutando especialmente porque he decidido corregir de inicio a fin y de fin a inicio, compaginando el pasado con el futuro.

Mi falta de memoria hace que haya repetido escenas que creía haber escrito sólo una vez, o que me contradiga en las expresiones particulares de cada uno de ellos, lo que hace perder credibilidad al texto aunque estos errores sean accesorios y no toquen el centro de la trama.

Hay que corregir sin benevolencia, con espíritu crítico y sin miedo a borrar. Cada día se va guardando una copia haciendo referencia al día de corrección por si, en algún momento de pánico o lucidez, se quiere volver atrás.

Pablo fue perdiendo rigidez, Leo se fue haciendo menos inocente, Virginia ganó en capacidad de reírse de ella misma y Carmela se transformó en la mujer serena que no conseguí construir en las primeras páginas. 

Ahora, ya desde el principio, todos comienzan a coger su verdadero color, estable, uniforme, coherente para con el lector.

lunes, 27 de agosto de 2012

31 de agosto

Cuando en junio del 2009 terminaba mi anterior novela, No te supe perder, no quise marcarme ningún plazo límite para ponerle el colofón. Tenía decidido enviarla a algún premio literario, pero preferí no informarme acerca de ninguno para no obligarme a terminarla bajo presión.

La prueba de que las reglas en el terreno de la escritura no existen es que en esta ocasión he actuado de forma totalmente contraria. Quizás tenga que ver un aumento de confianza, un mayor dominio de los tiempos o un nivel de autoexigencia diferente.



Desde hace meses tenía bien claro que esta novela, que comencé en el invierno del 2009, la terminaría en el mes de agosto del 2012. Y así va a ser. Tan sólo me quedan cuatro días de trabajo, pero están todas las bases puestas para que a partir de septiembre la tarea que quede por delante sea la de corregir, empaquetar ejemplares para envío a premios literarios y editoriales y la sucesión de lecturas críticas tanto por mi parte como por gente de confianza para afinar al máximo el perfil de los personajes, evitar todo error cronológico y compensar posibles desequilibrios narrativos.



De la misma manera que en el pasado defendía una forma de trabajar, ahora defiendo la contraria y, aún así, pienso que no hay contradicciones. Sigo siendo el mismo contador de historias humilde y amateur que no pretende otra cosa que emocionar con narraciones ficticias en las que trato de destripar el alma humana para, como principal objetivo, entenderme un poco mejor a mí mismo y el mundo en el que vivo.

jueves, 23 de agosto de 2012

Pirámide



El ritmo de construcción de una novela se asemeja, a mi parecer, al de una pirámide del antiguo Egipto.

Las primeras capas de piedra implican un trabajo enorme por la gran cantidad de material a colocar para establecer la base de la construcción. Es un esfuerzo arduo que no luce, tal como ocurre cuando comienzas a plantear la estructura de una historia: se dedica muchísimo tiempo a pensarla, tantearla, imaginar personajes, calibrar conflictos. Es el momento de los grandes movimientos de ficha, donde de un día para otro puedes dar un giro copernicano al meollo mismo del relato y a los objetivos marcados.

Conforme avanzas, las piedras van disminuyendo aunque sean más complicadas de subir. Rellenar un escalón lleva menos tiempo y la altura va creciendo a un ritmo menos desagradecido.


En la etapa que estoy ahora, en cambio, estoy buscando las piedras elegidas que coronen la pirámide. Son éstas las que más van a lucir, las que más sudor me va a llevar remontar hasta lo alto, pero la velocidad con la que avanza es rapidísima. Es una altura de vértigo, en la que cualquier fallo supone un riesgo altísimo pero, al mismo tiempo, no hace falta echar tanto tiempo para hacer progresar la obra. Las grandes decisiones ya están tomadas, las alternativas cada vez escasean más y el final se va imponiendo, a veces incluso contra la voluntad legítima del autor, porque los personajes ya están tan vivos que no se dejan dominar por nadie.