lunes, 5 de noviembre de 2012

Contemporáneo

Me resulta difícil distinguir entre coetáneo y contemporáneo, aunque sí tengo una idea clara, no siempre compartida por mis colegas de la escritura: soy un defensor de narrar lo contemporáneo.

Siendo consciente de las inmensas novelas históricas escritas desde tiempos futuros, no puedo olvidar Sinuhé el Egipcio de Mika Waltari, estoy convencido de la labor -secundaria sí, pero importante- del narrador de ficción como reportero de su propia época, entornos y circunstancias.

No hay mayor placer que leer la Carol de Patricia Highsmith para entender el glamour de los Estados Unidos que olvidaban la posguerra, o a Jack Kerouac para comprender los deseos de libertad de ese mismo país una década después, o a Philip Roth para adentrarse en la América de finales del siglo XX, con toda la carga de desasosiego que implicaba la sociedad del bienestar que no sabe hacia dónde camina.

Igual ocurre con la Francia marginal del siglo XIX en las páginas de Zola, o la Argelia colonial de Camus, la Inglaterra en blanco y negro de Doris Lessing, la Barcelona austera de Laforet o la Sevilla luminosa y provinciana de Cernuda.

El escritor se debe, en cierta forma, a su tiempo; jugando a esa carta nos ofrece a través de su literatura un relato implacable de lo que mejor conoce: lo vivido.

La novela que habla de lo coetáneo es doblemente provocadora: por la tragedia o conflicto universal que nos plantee y por la capacidad para hacernos sumergir con credibilidad diáfana en marcos concretos de espacio y tiempo, imposibles de conocer de otro modo.

Es, tal vez por eso, que escribo de la Sevilla que vivo y de mi generación.

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