domingo, 30 de septiembre de 2012

Revisiones

Han sido dos personas muy cercanas quienes me han dado ya la primera opinión de la historia.

Las condiciones del juego eran claras: tenían que olvidarse de mí, penetrar con objetividad en la novela y transmitirme sus emociones.

No quería que se centrasen en cuestiones gramaticales u ortográficas que les distrajesen de aquello que yo necesitaba de ellos, que no era otro que oír el relato de sus bocas para saber hasta qué punto la han sentido, cómo han recibido cada personaje, con qué lo identifican, cuál es para ellos el principal conflicto de la trama y, a fin de cuentas, qué piensan que yo he querido contar.

El ejercicio es tan interesante que incluso he llegado a cambiar el nombre de uno de los personajes, Sara:

-Si cierro los ojos y pienso en una mujer así, me salta el nombre de Pilar -me decía Fran.

Es cierto, cuando tienes la posibilidad de construir tu universo de ficción hasta los nombres son importantes, porque hay un cierto acervo en nuestro mundo personal que nos hace identificarlos con edades, formas de ser y situaciones familiares.

Conforme lo iban leyendo cada uno tenía un temor diferente. Uno, que el cierre fuera demasiado rígido. Otro, Santi, que fuese demasiado abierto.

Una muestra de dos que sirve para confirmar lo compleja que es la literatura, los proyectos en general. Dar satisfacción, por tanto, al lector es complicado por lo que la mejor opción es buscar la satisfacción personal. Es más, conforme iban leyendo la historia aún no tenía decidido el final. Afortunadamente cada uno tiraba de un extremo de la cuerda, lo que me ayudó a mantenerme en mis trece.

A Santi le sorprenden determinadas escenas que, reflexionándolas, no tenía claro explicar por qué las situé ahí. El hecho de que me interrogara acerca de ellas me ha forzado a encontrar una respuestas que me satisfacen.

El otro día vi una película lenta y fascinante de Sofía Coppola, como todas las suyas que he podido ver, Somewhere. En un momento del film, el protagonista contrata a dos prostitutas gemelas para que le monten un show en su habitación de hotel. Mientras ellas bailan, él se queda dormido. Y la historia continúa.



No era necesario en la trama, pero reflejaba mejor que ninguna conversación el hastío emocional de un actor de éxito forrado de dinero que no sabe qué hacer con su vida para darle satisfacción.

De ese tipo de momentos me gusta surtir, con mesura, mis novelas. Gracias a las preguntas de Santi comienzo a comprender por qué.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Premios

Mañana enviaré por correo los tres primeros ejemplares de mi recién terminada novela al XVII Premio de Novela 'Vargas Llosa'. A la vista tengo otros premios y un listado de editoriales.

El momento de empaquetar tu primer manuscrito para lanzarlo a la aventura de un concurso literario es ilusionante, a pesar de que sabes que compites con cientos, a veces miles, de novelas que harán al jurado dudar y tomar decisiones siempre necesariamente injustas desde el momento en que se frustran las expectativas de autores con historias de gran calidad.

Considero, sin embargo, que el trance de enviar tus historias a concursos es un hecho limpio, humilde y que te pone a prueba como escritor.



La satisfacción de ganar o ser finalista es tan inmensa que merece la pena el desengaño de las múltiples derrotas anteriores. Ser mencionado en un concurso implica ser reconocido como autor anónimo, sin que influyan otros condicionantes que no sean el de la calidad literaria de tu obra.

Quedar finalista del XIX Premio Internacional de Novela Luis Berenguer supuso para mí, quizás, el tomar definitivamente en serio mi faceta de escritor. No recuerdo emoción instantánea más explosiva que esa llamada desde el Jurado para comunicarme que había traspasado la frontera de los que son seleccionados como elegidos.

Sé que hay corruptelas, intereses creados, contactos previos, presiones sutiles... pero sigo creyendo en la nobleza de estos concursos literarios que realmente buscan novelas que aporten algo, que emocionen y diviertan.

Cuando, meses después de quedar finalista y no ganar con mi No te supe perder, conseguí contactar con uno de los miembros del Jurado en la firma de uno de sus libros, éste me vino a decir que mi novela era demasiado triste para ser comercial.

Afortunadamente, se equivocó. Funcionó muy bien a pesar de la crudeza de la historia que contaba.

Aún así, me influyó mucho esa confesión, justo cuando estaba comenzando a escribir esta novela que hoy empaqueto para lanzarla al espacio agresivo, emotivo y desasosegante de los premios literarios.

Hay que ser paciente y creer en la propia fortaleza. En nada está aquí noviembre, cuando el fallo del jurado se hará público. Para entonces, si no recibo ninguna llamada de felicitación, ya habré puesto suficientes huevos en la cesta (premios, editoriales, agentes literarios...) que me tendrán a la expectativa de alguna alegría.

Lo normal es que no llegue nunca esa llamada, pero si no se intenta seguro que el teléfono nunca sonará.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Ajustes

En el momento de cerrar una novela se abren las puertas a un trabajo menos creativo, más doloroso, aunque excitante en cualquier caso, sobre todo cuando para componer esa obra uno ha pasado varios años de su vida.

Para mí se trata de verlo, del mismo modo que tantas otras tareas en las que me involucro, como un juego. Divertido, incluso.

Los primeros capítulos están más perfilados por haberles dado vueltas en varias ocasiones desde que comienzas la historia, en cambio los últimos están aún en carne viva, con múltiples desajustes y mucha pasión, la propia de los instantes en que estás cerrando el círculo. Es por ello que es importante mezclar las dos visiones a la hora de corregir.



Cuando se termina de componer una novela hay que emplearse de forma brutal y sin descanso a ajustarla, corregirla y afinarla de una sola vez.

Es el momento de tener una visión única del conjunto, cuando descubres incoherencias que te hacen subir el pulso o helar la espalda. En cierta forma tus personajes del principio son distintos de los del final, aunque tengan el mismo nombre.

En el caso de esta novela recién terminada, es poco menos de un mes el período de tiempo en el que transcurre, pero la he escrito en tres años. Cuando llegaba al punto final mis protagonistas ya formaban parte de mí, en tanto que al principio estaban mucho más borrosos, sus comportamientos eran más inestables e imprevisibles por lo que toca, en este período de corrección final, dar las pinceladas precisas que delimiten las líneas que definan con precisión esos caracteres de los personajes en sus inicios, cuando los conflictos estaban por venir y ellos apenas se estaban presentando al lector.

Los conozco mejor físicamente, sé cómo hablan, a qué cosas tienen miedo y cuáles son sus manías. Al principio no lo sabía.

En esta ocasión estoy disfrutando especialmente porque he decidido corregir de inicio a fin y de fin a inicio, compaginando el pasado con el futuro.

Mi falta de memoria hace que haya repetido escenas que creía haber escrito sólo una vez, o que me contradiga en las expresiones particulares de cada uno de ellos, lo que hace perder credibilidad al texto aunque estos errores sean accesorios y no toquen el centro de la trama.

Hay que corregir sin benevolencia, con espíritu crítico y sin miedo a borrar. Cada día se va guardando una copia haciendo referencia al día de corrección por si, en algún momento de pánico o lucidez, se quiere volver atrás.

Pablo fue perdiendo rigidez, Leo se fue haciendo menos inocente, Virginia ganó en capacidad de reírse de ella misma y Carmela se transformó en la mujer serena que no conseguí construir en las primeras páginas. 

Ahora, ya desde el principio, todos comienzan a coger su verdadero color, estable, uniforme, coherente para con el lector.