jueves, 23 de agosto de 2012

Pirámide



El ritmo de construcción de una novela se asemeja, a mi parecer, al de una pirámide del antiguo Egipto.

Las primeras capas de piedra implican un trabajo enorme por la gran cantidad de material a colocar para establecer la base de la construcción. Es un esfuerzo arduo que no luce, tal como ocurre cuando comienzas a plantear la estructura de una historia: se dedica muchísimo tiempo a pensarla, tantearla, imaginar personajes, calibrar conflictos. Es el momento de los grandes movimientos de ficha, donde de un día para otro puedes dar un giro copernicano al meollo mismo del relato y a los objetivos marcados.

Conforme avanzas, las piedras van disminuyendo aunque sean más complicadas de subir. Rellenar un escalón lleva menos tiempo y la altura va creciendo a un ritmo menos desagradecido.


En la etapa que estoy ahora, en cambio, estoy buscando las piedras elegidas que coronen la pirámide. Son éstas las que más van a lucir, las que más sudor me va a llevar remontar hasta lo alto, pero la velocidad con la que avanza es rapidísima. Es una altura de vértigo, en la que cualquier fallo supone un riesgo altísimo pero, al mismo tiempo, no hace falta echar tanto tiempo para hacer progresar la obra. Las grandes decisiones ya están tomadas, las alternativas cada vez escasean más y el final se va imponiendo, a veces incluso contra la voluntad legítima del autor, porque los personajes ya están tan vivos que no se dejan dominar por nadie.


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