lunes, 27 de agosto de 2012

31 de agosto

Cuando en junio del 2009 terminaba mi anterior novela, No te supe perder, no quise marcarme ningún plazo límite para ponerle el colofón. Tenía decidido enviarla a algún premio literario, pero preferí no informarme acerca de ninguno para no obligarme a terminarla bajo presión.

La prueba de que las reglas en el terreno de la escritura no existen es que en esta ocasión he actuado de forma totalmente contraria. Quizás tenga que ver un aumento de confianza, un mayor dominio de los tiempos o un nivel de autoexigencia diferente.



Desde hace meses tenía bien claro que esta novela, que comencé en el invierno del 2009, la terminaría en el mes de agosto del 2012. Y así va a ser. Tan sólo me quedan cuatro días de trabajo, pero están todas las bases puestas para que a partir de septiembre la tarea que quede por delante sea la de corregir, empaquetar ejemplares para envío a premios literarios y editoriales y la sucesión de lecturas críticas tanto por mi parte como por gente de confianza para afinar al máximo el perfil de los personajes, evitar todo error cronológico y compensar posibles desequilibrios narrativos.



De la misma manera que en el pasado defendía una forma de trabajar, ahora defiendo la contraria y, aún así, pienso que no hay contradicciones. Sigo siendo el mismo contador de historias humilde y amateur que no pretende otra cosa que emocionar con narraciones ficticias en las que trato de destripar el alma humana para, como principal objetivo, entenderme un poco mejor a mí mismo y el mundo en el que vivo.

jueves, 23 de agosto de 2012

Pirámide



El ritmo de construcción de una novela se asemeja, a mi parecer, al de una pirámide del antiguo Egipto.

Las primeras capas de piedra implican un trabajo enorme por la gran cantidad de material a colocar para establecer la base de la construcción. Es un esfuerzo arduo que no luce, tal como ocurre cuando comienzas a plantear la estructura de una historia: se dedica muchísimo tiempo a pensarla, tantearla, imaginar personajes, calibrar conflictos. Es el momento de los grandes movimientos de ficha, donde de un día para otro puedes dar un giro copernicano al meollo mismo del relato y a los objetivos marcados.

Conforme avanzas, las piedras van disminuyendo aunque sean más complicadas de subir. Rellenar un escalón lleva menos tiempo y la altura va creciendo a un ritmo menos desagradecido.


En la etapa que estoy ahora, en cambio, estoy buscando las piedras elegidas que coronen la pirámide. Son éstas las que más van a lucir, las que más sudor me va a llevar remontar hasta lo alto, pero la velocidad con la que avanza es rapidísima. Es una altura de vértigo, en la que cualquier fallo supone un riesgo altísimo pero, al mismo tiempo, no hace falta echar tanto tiempo para hacer progresar la obra. Las grandes decisiones ya están tomadas, las alternativas cada vez escasean más y el final se va imponiendo, a veces incluso contra la voluntad legítima del autor, porque los personajes ya están tan vivos que no se dejan dominar por nadie.


domingo, 19 de agosto de 2012

Virginia

Virginia es sevillana, pero su primer apellido, Leicester, denota origen británico, infancia repleta de visitas extrañas, dominio de las lenguas y un físico delicado para el sol.

Educada para ser independiente, tanto por tradición familiar como por su habilidad para despuntar en clase, su mejor modelo no estuvo entre sus profesores ni tan siquiera en su padre, locuaz, culto y excéntrico, sino en su hermana Aurora, su eterno referente femenino a falta de una madre con carácter, mujer cansada, siempre oculta bajo la sombra de sus frustraciones.

A Virginia le gustaba el fútbol, maquillarse como una señora y devorar las novelas, en inglés, de Louisa May Alcott, de ahí que cuando se cruzó con Leo en la Escuela de Arquitectura, todos sus sueños de niña rebelde y romántica, maleada por la sexualidad a prueba de bomba de su hermana, se vieron proyectados hacia él, con él, inseparable desde entonces.

La inocencia de Leo la subyugó tanto como daño le hizo su rotunda negativa a continuar con un embarazo imprevisto, que a fin y a la postre supuso el final de una aventura a la que consiguió jugar de lleno mientras los dos se hacían con el título universitario.



Para Virginia el futuro se tenía que marcar bien lejos de Sevilla, para lo cual utilizó todas las armas que su familia poseía y hasta entonces no había sabido o querido ver. París le esperaba con su príncipe, Víctor, almacenando el ajuar de oropeles, fastos y vida repleta de poder, diversión, belleza, confundiéndola en su camino por encontrar su potencialidad como mujer hecha a sí misma.

Había, sin embargo, reflejos rotos en los que Virginia no se quería ver, certidumbres que confirmaban que no todo en Víctor era puro, que ella misma necesitaba otros brazos a pesar de su adoración por él.

En la cúspide de sus impecables cuarenta, una llamada desde el hotel Lutèce le sorprendió con el suicidio de Víctor.

El destrozo le llevó a Sevilla, a buscar complicidades en Leo, ya casado y padre pero de idéntica mirada, para redimir sus equivocaciones.

jueves, 9 de agosto de 2012

A, B, C, D...

No hace mucho asistí a la conferencia de una escritora que estaba construyendo su futura novela, hoy publicada. En esa charla explicaba cómo se había documentado, todas las ciudades de Europa que había visitado y todos los detalles de la indumentaria de la época, las tradiciones y las noticias que había ido recopilando.

Cuando me permití preguntarle si antes de todo ese trabajo sabía de qué iba a ir la trama de la novela, ella me respondió que no.

Es una muestra más de que no hay un libro de instrucciones a la hora de elaborar una historia de ficción.

En mi caso, el método es absolutamente opuesto. Debo tener el relato en la cabeza, saber qué conflictos fundamentales se plantean, de qué quiero hablar, antes de entrar en los aspectos formales, considerando como tal los escenarios, épocas y detalles históricos.



Fran, que es la segunda persona que está leyendo el manuscrito, ya me recuerda cómo hace más de tres años yo lo explicaba lo que yo quería contar utilizando las letras del abecedario para enumerar a los personajes:

A está casada con B. Lo quiere tanto y se siente tan incapaz de seguir su ritmo vital, de hacerle feliz en suma, que le prepara un encuentro con C, su gran amor de juventud, sin que ninguno de ellos lo sepa. Sin embargo no cuenta con que C, al encontrar a B, le haga partícipe de un secreto. C acaba de perder a su marido D y le pide ayuda a B para que le ayude a descifrar qué ha pasado, sin contar con que B vaya a encontrarse con el amante de D, al haber refusado la propuesta de C pero haber investigado su pasado. E, amigo íntimo de A, la va teniendo informado al haber compartido mucha vida con D...

Luego vendrán los nombres, los rasgos físicos, las ciudades y los detalles.

Lo importante es que quiero hablar de hasta dónde podemos llegar por amor, incluso a abandonar a la persona amada para proporcionarles una vida mejor.

domingo, 5 de agosto de 2012

El editor

La figura del editor es fundamental si quieres publicar una novela, y es un problema para un escritor cuando esta figura le resulta antipática.

Sí, yo he tenido mala suerte con los editores.

El editor tiene siempre la sartén por el mango, por lo que es importante establecer una relación de cercanía con él. Tienes que hacer lo posible por trabajar en equipo y transmitirle la emoción por el proyecto conjunto que os traéis entre manos.


Dicho esto, el editor es un empresario y su objetivo fundamental, salvo que sea un aristócrata aburrido al que le salga el dinero por las orejas, es ganar dinero. Por ello, para empatizar con él, lo primero que hay que hacerle ver es que tu novela va a resultarle rentable.

Si el editor no ve buenas cifras al principio se corre el riesgo de que deje de invertir en presentaciones, publicidad, actos conjuntos o firmas de libros. No hay otro que el propio novelista para hacerle ver que la novela está viva.

Mi peor experiencia vino de la mano de 'Andrea no está loca', una novela que me ha dado todo tipo de satisfacciones a nivel literario, desde el mismo día de su presentación, y en la que invertí muchas ilusiones: Innumerables presentaciones en diferentes ciudades, actos en institutos, tertulias literarias, bibliotecas públicas.

Detrás, sin embargo, había dos editores impresentables y sinvergüenzas, Macarena Diana y Carlos San Juan, que regentaban 'Editorial C&M', una pseudo-editorial que se dedica a buscar obras en el mercado de escritores que le aseguren un cierto tirón inicial para así poder editar, hacer todas las presentaciones posibles, llevarse el dinero 'fresquito' y desaparecer del mapa, eliminando sus móviles y cambiando de dirección sus oficinas.

Afortunadamente, somos muchos los escritores que no dependemos de la literatura para vivir y que no nos dejaremos abatir por editores miserables que juegan con años de trabajo para obtener un rendimiento que sólo disfrutan ellos, como buitres carroñeros.

Somos creadores de sueños y entre nuestros sueños está el de encontrar un editor honesto, amante de la literatura y empresario eficaz.

Yo sé que lo encontraré.

Condición básica para encontrarlo: ofrecerle un producto irreprochable y un dossier robusto, una historia redonda que no deje dudas acerca de su calidad literaria.

La calidad literaria no implica, sólo, una prosa brillante, sino fluidez, capacidad de hipnotizar, de hacer sentir y de divertir al futuro lector.

El dossier robusto tiene que ver con todo un acompañamiento documental que le haga ver al editor que eres un escritor con las ideas claras, que sabes a qué público te diriges y que tienes armas infalibles para llegar a esos lectores.

Mi trayecto hasta encontrar mi futuro editor, o mi fracaso por no encontrarlo, lo iré compartiendo en este blog.