viernes, 27 de julio de 2012

Cautivar

Cuando se desarrolla una historia hay que ser consciente que no todo puede centrarse en la crónica en sí, sino que hay que calcular bien el cómo se cuenta para captar la atención de aquél a quien quieres conmover, emocionar o entretener con tu relato.

Para lograrlo hay métodos más o menos sutiles, que van desde el anticipo de informaciones que no se terminan de dar nunca de forma completa hasta la profusión de sorpresas o situaciones límite que mantengan en estado de alerta máxima al lector.

Es importante, en cualquier caso, ser honesto con quien se entrega a la lectura de tu novela: no todo vale. Proporcionar más datos de la cuenta, contradictorios, incoherentes o argumentos con pies de barro pueden llevar a que quien te lea llegue al final con el corazón en un puño, pero es casi seguro que no volverá a darte una oportunidad.

Se necesita encontrar el perfecto equilibrio que no adultere la centralidad de la historia y, al mismo tiempo, la aderece con el pique suficiente para hacerla fluida, sorpresiva e hipnótica. De conseguirse o no depende que la obra se convierta en una joya o derive en algo mediocre, independientemente de la fuerza de lo que allí se cuente.



En esta novela que estoy construyendo, una de mis armas para tratar de conseguir esa complicidad de quien me lea va a consistir en cambiar el objetivo de la cámara del narrador cada cierto tiempo y de forma imprevisible. Es decir, haré que quien narra la historia acompañe a uno de los protagonistas del amanecer a la noche, sin abandonarlo, hasta que se cruce otro por su camino y deje al anterior leyendo a Murakami en la bañera, montado en una moto espiando a otro de los protagonistas o borracha, en este caso Virginia, en una discoteca de los Campos Elíseos parisinos. Ese efecto pretende producir el desasosiego de abandonar a quien hasta entonces era nuestro héroe y el morbo, en paralelo, de comenzar a ver sus miserias, y sus atractivos, desde otros ojos, que a partir de entonces se vuelven centrales.

Otro de los trucos para dar fluidez a la historia es el 'non stop'. La novela comienza un lunes por la noche y no hay ninguna pausa o elipsis que provoque despistes temporales. Sin flashbacks ni flashforwards, recursos perfectamente válidos y de los que me serví en abundancia en novelas anteriores. Lo que hay es lo que se ve, lo que pasa es lo que ocurre en el momento presente, sin artificios. Es una apuesta arriesgada por no salir de la línea, pero hace ganar en credibilidad.

Y una tercera argucia es el dar información aparentemente intranscendente a lo largo de todo el desarrollo, ya desde el mismo inicio, como migas de pan que marquen todo el recorrido, con el objeto de ir retornando a ellas conforme la historia avance para dar cuenta de su importancia, de forma que el lector comience a entender pronto que no hay apunte vano y que la atención al texto debe ser total:

Con la perspectiva certera de ambiente cargado que daban las grandes cristaleras, Leo entreabrió con desgana la puerta de la Galería, sin contemplar siquiera la posibilidad de que su mujer no estuviese realmente enferma

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