miércoles, 18 de julio de 2012

El detalle

Como bien decía John Irving en su magnífica 'Una mujer difícil', la clave de una buena novela está en la gestión del detalle.

No es lo mismo decir que el protagonista visitó un bar, que decir en qué bar está, ni explicar que tenía una oficina en el centro, sino a qué se dedicaba concretamente ese negocio, ni que su madre tenía una enfermedad, sino contar de qué padecía su madre, ni mostrar que usaba gafas de sol, sino la forma y la marca de las gafas.

El detalle da credibilidad, es un arma infalible para provocar que el espejismo de la ficción se vuelva real en la cabeza de quien lo lee.

Es por todo ello que, desde un principio, quise explicar en mi futura novela el estudio de arquitectura de Leo desde dentro, presentando problemáticas laborales definidas a partir de préstamos concretos, ¡que premonición supuso hacerlo con CajaMadrid!, para un trabajo específico en un palacete inexistente de la ciudad de Dos Hermanas.

Porque el detalle no tiene por qué ser real.

Aún mucha gente me pregunta si sigue existiendo el bar Doncella, que aparecía en mi novela anterior. Era un lugar ficticio, pero era importante que el lector lo identificara rápidamente para recrear, en el mundo paralelo que uno construye en su cabeza, los escenarios precisos.

En esta historia que me traigo entre manos hay direcciones, librerías, canciones, libros, calles y paisajes muy concretos. Existentes e inventados.

No es igual decir 'A Virginia la embadurnó de crema solar' que 'a Virginia la embadurnó de nivea'.



Ahora, además, el escritor tiene ventajas de las que no disfrutaba ni siquiera Irving en la época de su mujer difícil, porque mientras escribimos o transcribimos lo escrito en el ordenador podemos tener una ventana con el google maps abierto, otra con wikipedia, una más con páginas de vinos, haciendo sonar el spotify para introducir canciones que luego 'sonarán' en la novela en momentos singulares de tensión o relax.

El detalle, además, se puede potenciar o matizar con la segunda, tercera o decimoséptima relectura del libro.

Hay veces que recuerdas una ciudad por un graffiti, la casa de un amigo por un sofá o la cara de un compañero de trabajo por una verruga en medio de la nariz.

Igualmente hay detalles que hacen al lector recordar para siempre una novela. El detalle es lo de menos, pero sirve de catalizador para atraparte.

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