viernes, 20 de julio de 2012

Pensar

Cuando me preguntan cuánto tiempo dedico a escribir siempre respondo que dedico mucho más tiempo a pensar que al acto en sí de poner en forma lo trabajado en mi mente.

Al edificar una novela es fundamental tener la cabeza bien amueblada acerca del universo que quieres crear, aprendiendo a vivir durante meses, o años en mi caso, con el mundo paralelo de personajes creado para ser vivido por otros.

Bien es cierto que el hecho de la escritura necesita de rituales específicos que suelen llevar a manías, lugares, atmósferas que te hagan enfrentar con la mayor valentía la batalla contra el papel en blanco, tan hermosa como dura.



Estos días tengo a Carmela, uno de los cuatro protagonistas, preparándose para lo que ella cree el encuentro con un amor virtual. Llevo toda la semana con ella, dándole vueltas a la cabeza de cómo hacer para que su hija no perciba nada, emocionada por el paso a dar pero asustada por no saber si realmente quiere dar el giro radical a su vida que supondría  admitir que su relación actual está definitivamente muerta.

Escribir ese episodio no me llevará más de un par de horas, pero antes de meterle mano tengo que imaginar todo lo que esa escena implica sin perder la coherencia con toda la historia personal de Carmela, con el ritmo de la novela hasta ahora o con la estructura global del libro.

Ocurre, a menudo, que una vez que le metes mano al lance en sí, éste puede derivar, las circunstancias pueden cambiar mientras las relatas y elementos extraños pueden dar pie a situaciones no previstas por ti, como escritor.

Esa parte imprevisible de la escritura es mágica, cuando lo previsible y programado se deshace para convertirse en otra cosa; y suele ocurrir más cuanto más trabajados están los personajes en tu mente, como si al ser tan 'carnales' tuviesen vida propia y se rebelaran contra el futuro al que tú, su creador, les condenaste.

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