domingo, 22 de julio de 2012

Escenarios

Soy de los que piensan, asumiendo que me horroriza el pensamiento único, que las mejores novelas surgen de escenarios y tiempos conocidos por los autores.

Es un placer poder recorrer los lugares y acontecimientos de la Rusia del XIX con Dostoievski, o la Argelia de mediados del siglo XX de Camus, los Estados Unidos de los sesenta de Patricia Highsmith, la Sevilla canalla de la época del descubrimiento con Cervantes, el Tokio cosmopolita actual de la mano de Murakami. Es lo mejor que pueden contar, porque ellos vivieron los lugares y fueron protagonistas de esos momentos que nos narran a partir de ficciones impactantes recreadas en la salsa de la realidad vivida que nos transmiten como cronistas de entonces, articulistas de sitios que ya no volverán.

Hay excepciones enormes: recorrer el antiguo Egipto de la mano del finlandés Mika Waltari, o viajar a tiempos futuros como el 1984 imaginado por Orwell son delicias que te hacen olvidar dónde estaba el autor ni qué tiempos vivió.



Soy, por tanto, partidario de trasladar la ficción a sitios y lugares vividos para, con la consistencia de la información que da lo conocido, poder centrar la historia en lo verdaderamente importante: su carácter universal.

La esencia de una novela debe ser, a mi entender, el conflicto que ella plantea, la tragedia, drama o comedia que le da vida. El espacio y el tiempo, si la historia es buena, deben quedar en un plano secundario. Eso sí, si la novela es fuerte y consigue arrancar tu atención, te emociona y te sabe conducir hacia su final con tu complicidad, entonces esos escenarios y vivencias se harán tuyos e integrarás ciudades o momentos históricos en tu propia biografía personal.

Los escenarios son, por tanto, secundarios; al mismo tiempo, sin embargo, son trascendentales para dar credibilidad a la historia. No son esenciales para construir una historia pero sí pueden quitarle fuerza si están mal utilizados.

De ahí que yo siempre recurra a Sevilla y al tiempo actual, porque no conozco tiempo y lugar en que me desenvuelva de forma más cómoda, quitando distracciones innecesarias a todo lo que supone dedicarme a narrar la centralidad de historias humanas llevadas al límite.



Mis personajes viajan por Sevilla, Cádiz, Madrid, París, Barcelona, Nueva York, Huelva, Toulouse... por ciudades que conozco y que me hacen sentirme cómodo paseándolas en mi cabeza.

En esta historia que me traigo entre manos, de nuevo estaré en Sevilla, pero compartiré muchas horas de viaje con el lector por París y Bruselas, dos ciudades que me están dando mucho juego para despistar a los protagonistas, colocándolos en situaciones vulnerables lejos del calorcito del Sur.

Admiro la capacidad de muchos autores por documentarse, ¡verbo tan utilizado en estos casos!, para escribir una novela. Yo prefiero dedicar mis energías a profundizar en el alma humana, tal vez porque no tenga capacidad, tiempo ni ganas de tener que empaparme la vestimenta del Bangkok del siglo XII para contar una historia que bien podría ocurrir en mi barrio en estos días.

Una buena novela tiene que aspirar a ser universal desde su unicidad en el espacio y el tiempo.

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